En los últimos años el tema estrella de nuestras conversaciones es la crisis, tan desconcertante y tremenda que más parece un mal bíblico que un caso para la ciencia económica.
En el mundo clásico, el destino de los hombres dependía del capricho de los dioses. Los nuestros, en esta segunda década del siglo XXI, están al albur de los mercados.
Parece, por las noticias que nos llegan y las explicaciones que nos dan, que los mercados sean una entidad sobrehumana, que decide nuestro destino de forma unilateral por encima de todos nosotros, de nuestros gobiernos y de nuestras insignificantes democracias. Parece que no hubiera hombres -ni mujeres- tras los mercados.
Los mercados, como las deidades del Olimpo, son caprichosos y escapan a la lógica de la mayoría de nosotros. Como me decía una persona cultivada -aunque no en el campo de la economía- a la que entrevisté hace unos meses: «En algún sitio tiene que estar el dinero, ¿verdad?»
Comparto con la mayoría el temor ante algo que cada vez me recuerda más a la hidra de las siete cabezas de la mitología, y menos a lo que yo supongo que debe ser una clase magistral de un experto en economía.
Y por si mis temores fueran pocos, este domingo he leído en El País la confirmación de algo que algunos nos barruntábamos con nuestras economías de andar por casa.
El periódico en su Revista de prensa hace un resumen de un editorial de The New York Times sobre España y la crisis. Aquí está mejor traducido.
Más o menos viene a decir que sin dinero (los recortes) no es posible crecer y que, sin crecimiento, bajará la recaudación de los impuestos, por lo que harán falta más recortes para reducir el déficit, que parece que es lo único que importa.
O sea, que vamos proa al marisco, que dicen en Canarias, y la pescadilla se muerde la cola, que se dice en todas partes.
Leo y escribo con las noticias de la tele de sonido ambiente. En el mismo informativo han hablado de lo bien que se recupera el rey de su operación después de su incalificable aventura, y de una familia con niños pequeños de Barcelona que tiene por casa una furgoneta, donde cocinan, lavan y duermen.
Antes de leer el periódico he tenido una conversación con unas señoras que hablaban del annus horribilis de nuestra familia real, a raíz del último escándalo con la cacería del rey que se cayó, por cierto, al salir de madrugada hacia el cuarto de baño y no en un lance a lo Mogambo.
¿Annus horribilis ellos? ¡Annus horribilis nosotros!
(La foto es de la manifestación celebrada este domingo en Madrid contra los recortes en sanidad y educación. EFE/Luca Piergiovanni
Nuestros annus horribilis
Publicado en: actualidad
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