La tremenda frustración que muchos sentimos ante la incapacidad de nuestro país para saber siquiera qué ocurre en El Aaiún -no digamos para actuar- se mezcló este domingo con la turbación que me produjo la lectura de un extenso artículo de Bernard-Henri Lévy sobre Sakineh Mohammadi Ashtianí, la mujer condenada a morir lapidada en Iran.
Los sucesos de El Aaiún los vivimos en Canarias con muchísima cercanía, no sólo porque estamos próximos en el mapa, sino también y es consecuencia de lo anterior, porque unos y otros nos hemos rozado mucho siempre.
Muchos canarios vivieron en el Sáhara antes de que España saliera con las orejas gachas, otros traen con frecuencia a niños de los campamentos a pasar las vacaciones a sus casas; hay quienes viajan a Tinduf por pura solidaridad o están siempre dispuestos a manifestarse. Y después están los que no hacen nada concreto, pero miran con simpatia a este pueblo sin tierra que sobrevive como puede en el desierto.
El problema es no saber. Dice el refranero que ojos que no ven … y siento ser tan simple, pero creo que esta es una de las victorias de Marruecos. Impedir que se conozca lo que ocurre contribuye al éxito de la represión, aumenta el miedo y la soledad de los saharauis, porque reduce la posibilidad de que muchos más se pongan en su lugar y no sólo los de siempre.
Necesitamos datos, nombres, historias, palabras .. para sentirnos concernidos. Por eso una historia tan lejana como la de Sakineh nos llega tan cerca, porque sabemos muchas cosas de ella y nos podemos poner en su lugar, un poquito.
Y mientras el gobierno español, tan pusilánime, tan fofo, tan poca cosa.
(La foto es del archivo de Canarias7 y tiene unos años. Me pareció que ilustra la soledad de los saharauis)
Esta poquita cosa de gobierno que tenemos
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