Cuadernos austriacos – 1
Viajar es salirse de una misma, pero también es meterse más adentro. Es descolocarse para reordenarse, deconstruir – como en El Bulli- , y recomponer: hacer y deshacer la mochila cada día es como lo de Sísifo, pero en actual y sin leyenda..

Te sales mucho más de ti si, como es el caso, enrollas la manta y te vas sola, que viene a ser, para entendernos, como una foto sin filtros. Si viajas sin intermediarias/os, igual que la single del catálogo, sólo están el viaje y tú: como si el primero fuera persona y te hablara a ratos, porque no quiere ser pesado.
Moverse a la manera de los viajeros -el turista es otra clase de espécimen- tiene algo de voyeur. La vida ahora la ves por fuera, ya no es la tuya, porque la tuya, querida, la dejaste en suspenso.
Paso unos días en medio de Europa, en un trocito del mapa que está entre Baviera -la alemana- y un recorte de la vecina Austria. Empiezo mi ruta por Passau, la ciudad de los tres ríos, un lugar donde no me cuesta imaginar druidas en los bosques, que la rodean como si llevara estola; legionarios de Roma vestidos para un peplum; obispos y caballeros medievales que rezan en esta iglesia de aquí, la catedral de San Esteban, de la que dicen que tiene un órgano prodigioso y que a mí me lleva de vuelta a “Lady Halcón”, la peli en la que descubrí a Michelle Pfeiffer a finales de los 80.
Viendo la vida pasar (esto es de una canción) desde una terraza junto al río Inn -uno de los 3 de esta ciudad de 3- me imagino también que estoy en 1940 y pico y que un coche sin capota que lleva a un oficial de la Wehrmacht en la parte de atrás, sube esta calle empinada, empedrada y abovedada, por la que ahora, en julio de 2023, ascienden bicicletas eléctricas con señoras que llevan culote.












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