Acabo de mirar en mi lista de entradas (post, en la jerga) no publicadas (borradores, en román paladino ), y tengo cerca de una docena. Son ideas frustradas, atrabancadas por su propia flacidez o mi falta de reflejos.
Las saco a relucir por su relación con una historia que leí hace no mucho sobre la necesidad de borrar el rastro de los muertos en internet. Se trata de un asunto inquietante, aunque., como todo, depende del color del cristal con que se mire.
Sí resulta inquietante que una joven desaparecida, como es el caso de la sevillana Marta del Castillo, pueda seguir viva en Facebook, o que una cuenta de correo permanezca abierta para recibir mensajes que jamás llegarán a su destinatario. Pero no que una obra hecha para ser escrita o contemplada -.un texto o un vídeo- sobreviva a su autor en el mundo virtual, como permanece una novela o una canción en la realidad real. Fueron concebidas para consumo de otros y deben permanecer a disposición, salvo instrucción en contra.
La diferencia respecto al mundo convencional es que ahora, con internet, legar una obra a la posteridad es más sencillo y rápido y tiene, además, más posibilidades de éxito. Este texto tiene más probabilidades de ser leído que novelas de calidad que no han encontrado buenos canales de distribución y aguardan tiempos mejores en algún cajón. Tiene posibilidades porque está colocado en un escaparate muy visitado -un buen canal de distribución- y yo puedo aumentarlas si agrego palabras como sexo, violencia, asesinato o similares, que tienen buena acogida en esta dimensión, independientemente de si vienen o no a cuento, y siempre que uno prime la audiencia sobre otras consideraciones.
Esta posibilidad de ser inmortal en internet, de que estas palabras mismas me sobrevivan, me recuerda a una escena de una película de vikingos que puede que fuera la de Kirk Douglas. La imagen que tengo en mente es el entierro de un jefe vikingo. Lo colocan en la cubierta de un barco, le prenden fuego y lo dejan a la deriva. La nave se pierde en el horizonte.
Publicar en internet es parecido y no por las llamas, sino por la inmensidad del océano -de agua salada en un caso, virtual en el otro-, en el que el texto o el vídeo queda a la deriva, o mejor, publicado para siempre. El problema es que la inmortalidad virtual no discrimina y también vale para mentiras, boberías e insultos.
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Inmortales en internet
Publicado en: en primera persona
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