Las últimas cifras de venta de coches están a niveles de hace décadas, el ministro Wert estrecha la puerta de entrada a la universidad y las clases en los institutos vuelven a ser de cuarenta y pico.
He vuelto a coger la guagua (esto es un adelanto) y el otro día quedé en un bar de bocatas como cuando era estudiante. Los despidos son mucho más fáciles ahora y, si saben que estás en el paro, te ofrecerán una miseria.
La ley del aborto recula y las manifestaciones han amainado, seguramente solo porque ha empezado el verano. La gente vuelve a veranear al pueblo o sencillamente se queda en casa.
Los impuestos son más altos y los ingresos más bajos. Vestimos más de saldo que de boutique y heredamos ropa. Si vamos a un restaurante, es porque la ocasión lo merece, y unas cañas con unos amigos es todo un festejo.
Los niños ya saben que no pueden pedir el oro y el moro y hay algunos que hasta pasan miserias. Los que antes compraban televisiones en el híper, ahora se contentan con hacerse un caldo de papas.
Volvemos al caldero de la abuela, el más sustancioso por menos dinero. Unas lentejas alimentan y son baratas. Nada de salmón noruego. Sólo nos falta jugar al clavo en la playa.
Menos mal que los wasap (la Fundéu dixit), las tabletas, los ordenadores y otros adelantos nos mantienen prendidos del futuro, porque, si no, cuando habla este señor que es ministro de Educación tienes pesadillas con tus años de colegio. Y si encima vas de segunda mano, vestida con un modelito vintage, pues…
(Este artículo lo publiqué este martes en mi columna del periódico)
Un país ‘vintage’
Publicado en: actualidad
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