Durante casi 30 años mi familia contó como verídica la extraordinaria historia de un montón de pescados (salemas dice mi hermano) que, de forma milagrosa, habían aparecido vivitas y coleando en un charco de la playa de rocas muy poco frecuentada entonces, donde pasamos los veranos más felices y asilvestrados de nuestra infancia. .
Durante casi treinta años se atribuyó el prodigio a la influencia de las mareas y a la rara casualidad de que aquella familia de salemas estuviera en el momento y lugar precisos para que una ola las depositara donde poco después mi madre iba a encontrarlas. Para comerlas primero y para contarlo después durante muchos muchos años.
Así lo creímos hasta justo el otro día, en el que volví a aquel lugar por casualidad y encontré algunas ruinas de lo que había sido escenario de nuestra infancia. La casualidad también hizo que me topara con una mujer que nos conoció en aquel tiempo.
En un momento de la conversación y una vez establecido el «tu de quién eres» correspondiente, ella se tocó la barbilla, me miró con desafió y me espetó -juraría que con alivio-: ¡Ustedes nos robaron el pescado!
(Después me aclaró que un familiar suyo lo había pescado el día anterior y lo había dejado en el charco para que siguiera vivo hasta el día siguiente, y que, cuando había ido a recogerlos, al vernos a nosotros tan ‘privaos’, no había querido aguarnos la fiesta.)
A la vuelta, en el coche, mi medio melón me habló de la cámara subjetiva que usó Kubrick en el Atraco perfecto y yo volví a mi querido «todo es según el color del cristal con que se mira»
Lo que durante tantos años fue casi un prodigio de la naturaleza para mi familia, para otra, ya ve usted, no fue más que un vil y vulgar robo.
(La foto es del año 72 y se tomó más o menos en la época y el lugar donde ocurrió la sustracción de salemas)
Una historia de la familia (con foto)
Publicado en: en primera persona
2
ANTONIETA PATATETA
maravilloso, mejor contado imposible.
Ángeles Arencibia
¡Que buena eres! ….. a veces…