Soy una persona muy muy desordenada. Tanto que me han asegurado, aunque yo no me lo creo, que mi foto figura en algunas enciclopedias junto a la definición de mujer desordenada. Hay veces que mi mesa de trabajo parece el resultado de la descarga de un volquete, más que el lugar por donde campan mis ideas. Lo cuento a modo de excusa, porque mi escasa diligencia a la hora de documentar los textos que escribo, me ha impedido encontrar un post donde ya hablaba de lo que traigo hoy a colación y que no es más que amor a las piedras.
No me refiero a las piedras preciosas ni a las del ríñón, ni tan siquiera a las del camino. Hablo de las que se rozaron con la historia. De una iglesia románica, de un castillo que no sea de naipes, de los adoquines de una plaza bicentenaria, de las ruinas de una batalla. Lo mío es una mezcla entre devoción más o menos científica y sentimentalismo común
Las Palmas de Gran Canaria, mi ciudad, es una urbe más bien joven y, encima, ultraperiférica, como se dice ahora. Se fundó en 1478 y está en una isla, a muchos kilómetros del continente. Es poca cosa, si la comparamos con otras que son milenarias y que siempre aparecen en los libros de historia. Pero tiene muchas piedras de las que a mí me gustan. Lo que pasa es que aquí los hechos, salvo el paso de Colón y algún otro asunto como el nacimiento de Pérez Galdós, Alfredo Kraus y Juan Negrín, son importantes sólo de costa para adentro.
Este lunes, 22 de junio, acudí a una convocatoria que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria celebra todos los años, desde hace ya un puñado, con motivo de las Fiestas Fundacionales de la ciudad, que nació tal día como ayer, 24 de junio, hace 531 años. Por eso, aquí, las fiestas de San Juan tienen su empaque. No es una onomástica, es un cumpleaños.
La propuesta consiste en dar un paseo por el casco histórico de la mano de expertos que explican in situ la historia de una calle, de una casa o su relación con tal o cual personaje. Un año se habló de los cementerios de los ingleses; este lunes, de cuatro mujeres artistas que vivieron en el barrio antiguo.
De las cuatro elegidas, la más conocida es Carmen Laforet (Barcelona, 1921- Madrid, 2004), que vivió parte de su infancia y juventud en Las Palmas de Gran Canaria, antes de convertirse en una gran escritora. Un sobrino de Carmen, Juan José, es periodista y cronista oficial de la ciudad, encargado, por cierto, de coordinar estos paseos históricos.
Además de Laforet, nos hablaron de Pilar de Lugo, una pintora que murió en 1851, a los 31 años, víctima de la epidemia de cólera morbo que asoló la ciudad ese año. Después, conocimos a María Suárez Fiol, profesora de canto de los hermanos Kraus y de Pepita Miñón, la soprano que nos habló de ella. Y, al final del paseo, supimos de María Joaquina Viera y Clavijo, una intelectual que murió en 1819.
Disfruté mucho con el recorrido, por lo que se dijo y por el lugar donde se dijo cada cosa. Además, hizo una noche fabulosa, de esas cálidas y remolonas de principios de verano, tan prometedoras y optimistas que rejuvenecen.
Cuando nos explicaban que Pilar había tenido tantos hermanos o que, como era una mujer, no podía pintar del natural ni ir a una academia, yo miraba a la fachada de la que había sido su casa y me la imaginada en una de las ventanas, mirándonos. O pisaba los adoquines y pensaba: por aquí pasó esta mujer.
Lo mismo me ocurrió con los otros personajes. Es lo que tiene oír las historias en el lugar donde ocurrieron, parece que reviven.
(La foto de Arcadio Suárez está tomada durante la visita en la plaza de San Antonio Abad, en el barrio de Vegueta. Este es el lugar donde se fundó la ciudad el 24 de junio de 1478. La casa blanca de la izquierda es la de Pilar de Lugo, la pintora que murió en la epidemia de cólera morbo.)
Piedras muy vivas
Publicado en: actualidad, mujeres
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ELIA
COMO SIEMPRE TUS COMENTARIOS IMPECABLES , INTERESANTES Y ENTRETENIDOS.
¡¡¡QUE BUEN PLAN PARA UNA NOCHE DE SAN JUAN!!!!
NO ME EXTRAÑA QUE HAYAS DISFRUTADO DEL EVENTO.
Ángeles Arencibia
Ay, Elita, qué buena eres…
ELIA
De buena nada, pregúntale a «mis hombres». Ayer, domingo, paseábamos por el Vigo viejo y mi costilla comentaba que poco sabíamos sobre las historias de las casas y los que las habían habitado. Le conté lo de tu visita de San Juan y le encantó.
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