Estoy convencida de que una de las conquistas relevantes de la sociedad en la que vivimos es el deporte.
Muchos factores -incluido el marketing comercial- han contribuido a que cada vez más gente haga ejercicio. Las modas tienen mucho que ver, pero benditas sean si nos empujan a movernos, porque después nos sentiremos tan a gusto, que ya no nos importará el motivo que nos impulsó a subirnos a una bicicleta o a empuñar una raqueta de pádel. Nos sienta bien y nos sentimos bien.
En esta impregnación deportiva hay un capítulo fundamental que es el infantil. El deporte base está en auge. Son legión los niños que entrenan y compiten todas las semanas. La entrenadora o el entrenador forma parte de sus vidas y constituye una pieza muy importante en el engranaje de su formación.
A menudo el entrenador o la entrenadora tienen tanta influencia en el niño como el profe del cole o los propios padres. Hay de todo, pero el ejercicio físico tiene mucho de legendario, de heroico … una aureola que nos causa admiración.
Un buen entrenador , como un buen profesor, puede hacer mucho bien por la formación de sus pupilos. Incluyo en esta formación la adquisición de unas destrezas físicas, pero también todas esas cualidades que muchos valoramos tanto o más: el amor al juego limpio -el ‘fair play’ de los ingleses-, el trabajo en equipo, la nobleza, el saber perder y el respeto al contrario, entre otras.
Sin embargo, hay entrenadores que enseñan a sus equipos de niños que no es tan malo jugar sucio. Les aseguran que todo vale con tal de obtener resultados, como si la victoria fuera la misma.
Conozco a muchos entrenadores conscientes de lo que tienen entre manos, pero también hay de los otros y, aunque probablemente sea minoritario, el asunto no es baladí porque esos niños en el futuro serán unos tramposos.
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Photo credit: manuere from morguefile.com
Formando tramposos
Publicado en: en primera persona
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