Ha muerto Leopoldo Calvo Sotelo, -segundo presidente de la democracia después de Adolfo Suárez, y el primero que fallece-, un hecho que tendrá la virtud, como ocurre siempre en estos casos, de producir una catarata de artículos y reportajes sobre su papel y su tiempo.
Confío en no equivocarme, pero espero con interés artículos sobre el 23-F, la UCD, y aquellos 22 meses de gobierno del único presidente de la democracia que no fue elegido en las urnas de manera directa hasta la fecha.
Me hubiera gustado saber qué pasó por la cabeza de don Leopoldo cuando aquel 23 de febrero de 1981 se dirigía a las Cortes para asistir a su segunda sesión de investidura (no fue Zapatero el primero en necesitar una segunda vuelta). Para ser elegido le bastaba una mayoría simple, pero aquella tarde fue la tarde del golpe de Tejero, cuyos tiros oimos muchos en directo a través de la radio -en mi caso-, o de la televisión.
El pulso se decantó del lado de la democracia y Calvo Sotelo, el sobrino de José Calvo Sotelo -cuyo asesinato fue utilizado por Franco para justificar la rebelión-, tuvo ante sí 22 meses para agarrarse el timón y tratar de mantener el rumbo.
En Juan Carlos, El rey de un pueblo (Plaza & Janés, primera edición, marzo de 2003), Paul Preston describe la situación: «Pese a todo, algunos elementos clave del programa esencialmente moderado de Calvo Sotelo -entrada en la OTAN, economía de mercado, reducción del gasto público, fomento de la inversión privada y moderación salarial- contribuyeron finalmente a contener el golpismo y mejorar la situación económica» (p. 538)
Y más adelante afirma en el mismo libro: «Los rumores de conspiración militar eran aparentemente interminables. Sin embargo, Calvo Sotelo tenía también que hacer frente, como había hecho anteriormente Suárez, a las peleas en el interior de su partido» (p.541)
La muerte de un personaje histórico del calibre de Calvo Sotelo -no tanto por sí mismo, sino por la coyuntura que le tocó protagonizar-, sacude la memoria y nos devuelve a aquellos años. ¿Dónde estaba yo? Ah, sí, en el patio del colegio algunos compañeros hablaban de que sus padres habían hecho acopio de harina y aceite; otros, más románticos, decían que se iban a la Cumbre de Gran Canaria, por si había que luchar contra los golpistas …
Junto a la nostalgia por mi pequeño pasado, siento fascinación por aquel capítulo de la historia grande, cuyo significado tan bien describió el propio Calvo Sotelo en una entrevista con El País:
«En la transición teníamos la sensación de estar haciendo Historia. Quienes nos han sucedido tienen, en el mejor de los casos, la impresión de estar administrando la Historia» (El País, julio de 1991)
(Pie de foto: Hace mucho que el apellido Calvo Sotelo aparece en libros de historia. Doble página gráfica de Juan Carlos. El rey de un pueblo, del historiador Paul Preston)
Bordiú
Se contaba en aquellos días un chiste: «Un fótografo le dijo a Calvo Sotelo: señor presidente, una sonrisa…y le dieron el pulitzer». Tuvo siempre fama de tristón el señor Sotelo, y al parecer, según diversos autores (tu querido Preston entre ellos) era todo lo contrario…pero así se escribe la historia. Yo creo que fue un tío que cumplió con su deber. Felicidades por el blog, cada día está más jugoso.
Ángeles Arencibia
Ves cómo ya empiezan a salir recuerdos de la época, como este chiste que nos cuentas. Gracias por el piropo. Y, por cierto, ¿no será usted de los Bordiú de toda la vida?
bordiu
Si soy o no de los Bordiú de toda la vida, amiga, como decía Juncal…es un enigma! Dejémoslo en que estuve en el lugar justo en el tiempo justo.
Ángeles Arencibia
Si nos metemos en Juncal, no sé a dónde vamos a ir a parar. Quizas a lo del «el huésped y la pesca a los tres días apesta», que decía Lola Flores, o aquello de Búfalo: «la plaza parecía un manicomio». Nos estamos saliendo del tema.