Aquí, en el norte de España, el verano es una cosa muy seria. Me di cuenta hace mucho, pero quizás la persona que mejor represente esa actitud sea la churrera de la playa. Frente a uno de los restaurantes más señeros del Valle Miñor, El Angelito, se instala -yo creo que sólo durante el verano-, una churrería en un remolque calzado con ladrillos. Abre a las nueve de la mañana y se pasa el día despachando churros, los clásicos y otros con chocolate que pregona como especialidad pero que yo nunca he probado. También ofrece gofres, un invento foráneo que pega muy poco en este microcosmos playero tan dado a las tradiciones.
Por la mañana, que es la hora a la que yo voy, despacha una señora vestida con una bata blanca, como las que usan las carniceras, o mejor, las auxiliares de clínica. Tiene esa edad indefinida que alcanzan las mujeres cuando su vida ya avanza a velocidad de crucero, y que yo establecería alrededor de la cincuentena. Tiene el pelo corto peinado con raya a un lado y teñido de rubio panocho, y ese tipo de caras gruesas que mantienen las arrugas alejadas.
La churrería remolque desprende organización, higiene, seriedad, eficiencia. Y la churrera despacha desde la altura del mostrador con la seriedad de un catedrático que imparte doctrina. Tiene una espumadera gigante, una máquina de donde salen los churritos crudos cuando se baja una palanca y una gran sartén llena de aceite hirviendo. Al lado, una tela metálica hábilmente instalada sirve para escurrir el aceite sobrante y rociar los deliciosos palitos de pasta frita con una lluvia de azúcar.
Seguramente esta mujer es el único de los personajes que pueblan el escenario de mis veraneos que no permite acercamientos. En esta tierra de gente tan dada a efusiones y cariños, la churrera destaca por todo lo contrario. No calificaría esta actitud de altanería, sino que la atribuyo a un profundo sentido de la responsabilidad. No admite una broma ni tan siquiera un comentario sobre la lluvia que está cayendo, y te cuenta los churros que has pedido con la concentración de un dentista que coloca un empaste.
En esta tierra de brumas y nieblas, donde el parte meteorológico es tema habitual de conversación, el verano es una cosa muy seria y la churrera, sin duda, lo sabe.
Cuadernos gallegos (4) El verano es cosa seria
Publicado en: actualidad
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Cuinpar
Hola, Ángeles!
No sabes cuánto me alegro de leer lo que disfrutas tus vacaciones. Yo acabo de volver al curro y, como siempre que llego, ronda diaria de blogs, esta vez con la gratísima sorpresa de ver que encontraste una conexión digna con la que contarnos tus peripecias (yo no puedo decir lo mismo. En Tasarte Internet va a pedales, y mis pantorrillas no soportan tanto tute).
Siga usted reponiendo fuerzas, y contándonoslo. Los lectores somos así de egoístas.
Un abrazo pos-vacacional,