-» Va de excursión, ¿eh?», me pregunta con ganas de tertulia la señora a la que le he encargado dos tortillas de papas hecha con huevos caseros -una con chorizo y otra con cebolla-. (En Galicia, hasta una tortilla puede ser una experiencia celestial).
-«Sí», le contesto.
-«¿Con toda la familia?», me inquiere en tono de cotilleo pero con mucha elegancia.
-«No», voy con un grupo de amigas, respondo entre dientes.
-«¡Cómo! ¡Sólo mujeres!», exclama sin ocultar su estupor ante tan novedosa situación.
-«Sí», vuelvo a contestar con cierto regodeo.
-«Pero, irá un ‘home’ para llevar el barco», da por seguro la buena mujer. Claro, cómo van a salir a la mar nueve mujeres solas sin el amparo de un recio varón, pienso para mis adentros.
-«No», vuelvo a responder.
-«Entonces, irán con los niños…», concluye buscando un atisbo de normalidad de acuerdo con la ecuación si hay mujeres, hay niños.
Pues no. Hace un par de miércoles disfrute de una de las actividades más apetecibles que se ofrecen al veraneante en el Val Miñor: una salida en barco por los vericuetos de esta costa extraordinaria. No es la primera de este verano. Él sábado anterior estuve en Cies, las islas legendarias que presiden la Ría de Vigo, hoy declaradas Parque Nacional. Y si este viaje del sábado fue una invitación de unos buenos amigos y tuvo carácter familiar -fuimos con maridos e hijos-, la de hace dos miércoles fue una travesura, una escapada de un grupo de viejas amigas que se confabularon bajo la consigna: ¡Hoy, sin maridos! ….
……. este texto quedó a medio escribir hace unos días. Fue una de las víctimas de ese extraño estado que nos asalta a algunos cuando vemos que se acerca el final de las vacaciones. Está entre la ansiedad y el zafarrancho de combate; entre la depresión y el tributo más arrebatado al carpe diem de Horacio. Porque las vacaciones se acaban de repente: tenías un montón de días y en un plis plás, nadie sabe cómo, estás con la soga al cuello.
He vuelto al trabajo sin más síndromes que un catarro gallego fuertemente arraigado y una tremenda melancolía por tantas personas queridas que no volveré a ver hasta el próximo mes de agosto. Pero este año, además, siento más que nunca el regalo de estar viva cada vez que la tragedia del 20 de agosto vuelve a ocupar mis pensamientos con su equipaje de tristeza.
(Foto: Uno de los excelsos parajes que visito cada año. La isla sur de las Cies, parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas)
roger
Bienvenida (si se puede decir esto sin que suene a recochineo).
Ángeles Arencibia
Roger: Ja, ja, ja.. Sí, es una suerte volver y tener a dónde volver, ¿no crees?
Cuinpar
Es una suerte (para nosotros) que vuelvas,diría yo…
Beso!
Ángeles Arencibia
Hola Cuinpar, un placer. Besos.