Vamos a imaginar que el martes por la noche, cuando a esos de las nueve el diputado Miguel Cabrera Pérez-Camacho lee su poema en el Parlamento, solo concita indiferencia. Supongamos que la gente que oye lo de «(…) Mi afecto te llega al moño/ Si aceptas, tan amigos/ Y si no, te vas pa’l…» ni siquiera comenta la intervención a la salida del edificio. Supongamos que los periodistas deciden que esas palabras no merecen ser transmitidas y que la aludida no se da por tal, sabedora de que no ofende quien quiere sino quien puede y que a palabras necias, lo mejor son oídos sordos. Supongamos que en los días siguientes, el poema sigue sin ser reconocido: ni titulares ni reacciones políticas ni alharaca ninguna, y que Camacho continúa sin salir en los periódicos.
Le daba vueltas a toda esta suposición que antecede, en la creencia de que uno de los objetivos del diputado era obtener publicidad: el que hablen de mi aunque sea mal. Y pensaba que al hacernos eco de su dislate, quizás también nos convertíamos en cómplices. Con este argumento, yo periodista echaba piedras sobre mi propio tejado.
Y así estaba: suponiendo. Supuse tanto que me llené de suposición y me puse en la tesitura de que el autor del poemilla siguiera adelante con su carrera política sin que nadie, aparte de los que estaban aquella noche en el Parlamento, se hubiera enterado de un par de cosas que hoy todos sabemos gracias a los periódicos. A saber: que el diputado gusta de hacer rimas, que es muy malo como poeta, que las groserías le hacen gracia y que le parece bien que se digan en el Parlamento. La pregunta es si habría hecho lo mismo si el oponente se hubiera llamado Paco en lugar de Paca. Yo me temo que no.
El efecto Camacho
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ANTONIETA PATATETA
bRILLANTE, YA NO ESCRIBES, PINTAS
Ángeles Arencibia
Sí, ja, ja, con la brocha gorda.