No dije que me iba para hacerme de rogar; es que, de verdad, no sabía si iba a conseguir una conexión apropiada a mis aspiraciones, que son bien modestas, por cierto. La tengo, (la conexión) y me propongo retomar esta manía, costumbre, adicción, respiro, afición, uso, disfrute, desahogo o novelería, que llamamos blog y no bloc, que eso es otra cosa.
Un bloc y un blog tienen algo en común. Son espacios donde se colocan letras. Lugares donde se prenden palabras. Hasta ahí llegan las coincidencias. El bloc se toca, y se huele, si es de estreno. El blog, por su parte, tiene una existencia intangible, lo que permite que pueda abrirse en casi culaquier parte del planeta. Si un australiano -es un suponer- quisiera leer estas boberías que escribo desde algún lugar de las Rías Bajas, podría hacerlo ya mismo, con un sólo golpe de click.
No ocurre lo mismo con el bloc de tapas negras y elástico en la banda, que guardo en la mesilla de noche. Éste ya puede contener una obra maestra de la literatura universal, que si no lo vuelco en internet o lo presento a un concurso de cierto alcance, no saldrá jamás del ensimismamiento de mi cuarto.
La diferencia entre bloc y blog queda muy clara en el fenómeno de Leopoldo Badía, un señor anónimo que escribe un artículo y se convierte en un fenómeno. El blog está aquí.
Sin embargo, el carácter físico del bloc -se toca y se huele-, me da una sensación de seguridad que no me inspira el otro soporte. Serán cosas de la edad.
(Pie de foto: Ya sabes que no me llamó Dios por el camino de la fotografía. Ésta es la imagen que veo desde la terraza donde escribo, en Galicia)
Esther
Oiga, pues tanto que me alegro de que hayas conseguido conectarte después de todo. Pásatelo bien en tus vacaciones y cuéntanoslo todo, que así el curro se nos hace un poco más llevadero 😉
Ángeles Arencibia
Esther, me pegaste la adicción.