Después de un tiempo fuera de juego debido a lo que mi médico de cabecera calificó de síndrome gripal, vuelvo a la superficie. Estos días de estar en casa sin nada que hacer mas que esperar pacientemente a que el síndrome escampe, me he sentido al margen del tacatá diario. Yo me he parado y me he hecho a un lado, pero el rodaje de la película continúa sin mi personaje.
Una enfermedad venial como es ésta, a la que me dispongo a dar carpetazo en cuanto la burocracia me lo permita, te regala tiempo para ciertas cosas. Yo he aprovechado todo el que he podido para leer y así he conseguido acabar las 626 páginas de María Antonieta. La última reina, de Antonia Fraser, una biografía que me ha atrapado como hacía tiempo.
Salvo algunos errores en concordancias e incluso en términos, que dudo que sean de traducción sino más bien fallos de un corrector informático y que seguramente han sido enmendados en ediciones posteriores (yo he leído la primera de Edhasa, de septiembre de 2006); la narración de Fraser parece hecha para mí. Ya sé que no es así, faltaría más, pero se adapta de tal forma al libro que siempre voy buscando, que me lo he llegado a creer.
Bromas aparte, se trata de un relato histórico sustancioso, una novela magnífica que fue verdad. María Antonieta aquí no es un cliché, es una mujer profundamente humana que disfruta, disparata, sufre e incluso tiene la regla.
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Su propia correspondencia y la de algunos de sus coetáneos, más los testimonios que quedaron escritos, las memorias de algunos de los protagonistas y otras fuentes sirven a la autora para construir un fresco sensacional. Visitamos el backstage de la más refinada corte de Europa, donde una cena para ocho requería de los servicios de 25 criados.
Allí conocemos al «célebre peluquero Léonard» que iba los domingos a Versalles a peinar a la reina y que, entre semana, «dejaba las labores cotidianas en manos de otros, entre ellos su ayudante, conocido como ‘le beau Julian» (p.215)
O a la modista Bertin a quien llamaban «la ministra de la moda» ( p.215) : «El despliegue de arrogancia de Rose Bertin se convirtió en un distintivo de su tienda de la Rue Saint Honoré a medida que fue corriendo la voz de que la reina era su clienta» (p.214).
De la torpeza sexual de Luis XVI, que no fue capaz de tener relaciones completas con su mujer hasta unos años después de la boda, a los indicios de una historia de amor entre María Antonieta y un apuesto oficial sueco. Frasier proporciona toda la información que posee sobre la relación entre ambos, pero, con honestidad, no llega a dar por probado que la relación amorosa se consumara.
La autora tiene tiempo para ir al detalle y hacer de la reina una persona con la que nos podemos identificar o, al menos, comprender. Primero, la niña inexperta; después, la joven despilfarradora, marchosa y extravagante; a continuación, la madre y, al final, la víctima.
El puntillismo de Fraser llega a la última celda que ocupó María Antonieta, a su estado físico -menstruaba sin cesar, por lo que aventura que quizás sufría un cáncer de útero-, a las últimas humillaciones -tuvo que hacer pis delante del carcelero-, y a su valentía camino de la guillotina.
(Este es el libro que sirvió a Sofía Coppola para hacer su película. Como siempre pasa, el libro es otra cosa)
Una sustanciosa biografía
Publicado en: en primera persona, mujeres
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