Dotes de deducción

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Soy muy observadora y tengo una imaginación, -la loca de la casa, que decía Santa Teresa-, de tendencia rebelde, que a veces se independiza y se echa a caminar a su aire por esos mundos de Dios.

Estas dos características combinadas me ayudan a pasar el rato cuando tengo que coger sola un avión o esperar en una cola rodeada de extraños.  Son ese tipo de situaciones en las que, de puro aburrimiento, nos ponemos a ordenar el bolso o a contar los ladrillos que hay en la pared de enfrente. Pues, yo, de puro aburrimiento, observo y hago conjeturas.

Cuando ese rato que debo estar sola rodeada de desconocidos se presume largo, yo aviso a mi  imaginación – ¡eh, ven aquí!- y empiezo a observar. Observo y pongo etiquetas, hago diagnósticos y hasta auguro acontecimientos.

En un viaje en avión el juego comienza ya desde el mostrador de facturación. Esta es la situación estrella, porque un viaje siempre inspira más a la loca de mi casa que la cola de la charcutería.

Me fijo en los equipajes. El volumen y la forma de las maletas que lleva una persona pueden dar muchos indicios de a dónde va o de quién es. Como mi juego no sale de mi cabeza, no tengo que acertar; sólo crear una historia que a mí me parezca plausible.

Como en esos viejos Estrenos TV que ponían los domingos por la tarde, que al principio te dejaban dar un vistazo al plantel de personajes y después, al correr el argumento, te iban descubriendo quién era en realidad cada cual.

Esa señora, por ejemplo,  lleva grandes maletas de marca. Primer indicio: tiene dinero o lo tuvo. Unas buenas maletas se pueden comprar en un momento de bonanza y, por lo general, duran años. O sea que o tiene dinero o lo tuvo. Después, con un vistazo a la ropa voy redondeando. Termino el perfil con otras pistas y algún dato objetivo, y la encuadro en una categoría que puede ser «la típica señora millonetis que va a la Península a pasar unas cortas vacaciones». 




vuelos 004.JPGY sigo por la fila. Esa familia: va muy contenta, sale de fin de semana. Aquel que lee el periódico y lleva maletín, un ejecutivo en viaje de trabajo; el grupo de mujeres muertas de risa, unas amigas de escapada. Y así paso el rato.  

Después, hago lo que todos: leo, dormito, como algo..

En esta tesitura estaba hace unas semanas en el aeropuerto de Orly. Se daban todas las condiciones para no tener más remedio que dedicarme a observar y conjeturar: estaba sola, rodeada de extraños y el periódico que llevaba estaba, más que leído, estudiado.

Tuve que hacer una cola para facturar que se me antojó eterna, así que me entretuve con mis diagnósticos. Había una pareja de regreso de su luna de miel, algo tan evidente por sus arrumacos y susurros al oído, que no requirió por mi parte emplear especiales dotes de deducción.

Había algunos otros, pero el que interesa en esta historia es un hombre bajito, bien parecido, moreno, vestido de manera informal, al que yo adjudiqué el papel de profesional madrileño o sevillano -una ciudad grande española pero ni del norte ni del Mediterráneo-, de regreso de unas cortas vacaciones en París o quizás de un viaje de trabajo. Probablemente, soltero  y con buenos ingresos.

Me tocó el turno, facturé y me olvidé del tema. Pasé el control, y busqué mi puerta de embarque. La verdad es que andaba un poco despistada -perdida más bien-, cuando vislumbré a lo lejos la figura del hombre bajito, moreno y bien parecido, que iba delante de mí en la fila de embarque de mi avión a Madrid. Y me acerqué a preguntarle:

-Perdón, ¿habla usted español?

-Y muy bien.

Ya su respuesta me hizo reir. Resultó ser un hombre muy agradable con el que terminé charlando amigablemente, tras compartir uno de esos momentos de zozobra que unen tanto en un aeropuerto.

Me contó que era colombiano, pero que vivía en Madrid desde hacía doce años. Trabajador en la construcción y antes, chofer de camiones. Con mujer e hijos. Permiso de residencia y no sé si me llegó a decir que con la nacionalidad española. Había estado en París unos días para visitar a su hermano, que lo quería convencer de que se trasladara a la capital francesa para trabajar juntos en un negocio de acuchillar parqués.

En Madrid, a él no le iba mal, pero tampoco era como para tirar voladores. Llevaba doce años ya, y no había conseguido ahorrar, pues el sueldo se le iba en el alquiler y los gastos cotidianos. Estaba pensando seriamente en aceptar la oferta de uno de esos pueblos sin niños que dan facilidades a familias como la suya, con tal de poder reabrir la escuela.

En la fila de entrada al avión nos separamos. Cuando me senté en mi butaca dediqué un instante a pensar que lo único que tenía en común con el personaje que yo había supuesto era la estatura y el color del pelo.  Y recliné el asiento.

 

8 Comentarios

  1. antonieta patateta
    | Responder

    Muy bueno, muy buen título y mejor final. Me lo he pasado muy bien leyéndote. No abras un gabinete de «adivinación»

  2. Ruymán
    | Responder

    Confieso que suelo hacer lo mismo que tú. El viernes, por ejemplo, muchas de las personas que cogieron el mismo vuelo a Gran Canaria que yo iban a alguna boda, ya que llevaban sus trajes con ellos en la cabina.
    Una de las cosas que más me gusta hacer es intentar adivinar qué pasajeros serán canarios y cuáles no y tratar de averiguar a qué se dedican. Y debo confesar que, muchas veces, cuando los escucho hablar me llevo alguna sorpresa, ya que el canario no es el que pensaba. Total, que tampoco me ganaría la vida como vidente.

  3. Ángeles Arencibia
    | Responder

    Ruyman, me alegra saberlo. Veo que no soy tan rarilla…

  4. Ruymán
    | Responder

    Ángeles, no sé si Puri estará de acuerdo contigo en eso de que no somos tan raros… 🙂
    [Siento el comentario, pero es que no había hablado de ella y no he podido resistirme ;)]

  5. Cuinpar
    | Responder

    Ay, a mí me da por hacerlo en la cola de la caja del supermercado. Le monto una vida a las personas según lo que llevan en la cesta. ¡Y a veces me quedan unas de lo más curiosas! 😉

  6. Ángeles Arencibia
    | Responder

    Ruyman, al final la tal Puri me va a caer hasta bien, ya verás

  7. Ángeles Arencibia
    | Responder

    Cuinpar: y cuando llevan botellas de ginebra …

  8. Juan Salan
    | Responder

    Te leo en la sombra , ansío por el próximo texto….
    Un beso

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