La vida vuela

A veces veo la vida como los conjuntos que nos enseñaron en la clase de matemáticas, por lo menos a los de mi época, o he de decir mejor, a los de mi era.
El otro día se me ocurrió esta tontería o lucidez -según quién la juzque-, en un concierto de música en el que no sólo se revisitaron algunas de las canciones de mi juventud, sino en el que, además, me reencontré con algunas de las personas que entonces componían el paisaje habitual de mi vida.
Había algunos más calvos que entonces, alguna no tan lozana y otros que habían mejorado por el paso del tiempo, pero lo cierto es que entre la banda sonora de la tarde y los reencuentros aquello fue un baño de nostalgia, muy divertido además.
Y vuelvo a los conjuntos y a las eras. Si vemos la vida como un lapso dividido en tres eras: infancia, juventud y madurez, podemos pensar en ellas como los grandes conjuntos, que se dividen y subdividen y, a su vez, establecen relaciones entre ellos, como yo el otro sábado, que salté de la madurez a la juventud sin darme cuenta, aunque después se acabó la música, volví a casa y estaba en 2013.
A menudo lo que sucede es que la vida se nos va yendo sin que apenas reparemos en ello. Estamos tan metidos en nuestras orejeras, en nuestros problemas, en nuestras felicidades, que no vemos a los lados y, sin punto de referencia, no hay quien se dé cuenta de que el tiempo transcurre.
Caemos de repente porque vemos al hijo de un amigo que ha pegado un estirón -¿pero no nació ayer?- , porque nos llevamos un revolcón o porque nos encontramos de nuevo con los amigos del pasado y nos vemos reflejados como en un espejo.
Hay que disfrutarla, porque se va corriendo. Disfrutarla con crisis y todo, porque se va igual.
(El concierto de marras, Los Lola, en el aniversario de El Viajero)