No sé si la conversión que ha producido en mi forma de ver algunas cosas el cachorro que mis hijas y yo adoptamos hace un par de meses, está yendo demasiado lejos.
Kobe, del que ya he hablado un par de veces en este blog, ha crecido bastante desde que lo trajimos de la perrera. Es guapo, travieso y muy cariñoso,
Se ha ganado su lugar en esta casa de mujeres y lo queremos mucho, a pesar de que no logra aprender que hacer pis y caca son actos íntimos y olorosos que tienen su lugar en el orden doméstico.
Como ya le han dado permiso para salir de casa, decidimos este domingo llevarlo al campo. Pero al campo, campo, nada de un parque en las afueras. Lo subimos a la cumbre de Gran Canaria. La excursión tenía categoría de acontecimiento y hasta nos acompañó una amiga de mis hijas.
Le dimos la misma paliza de coche que se le da a un pariente de la península. Entramos por los Llanos de la Pez y llegamos hasta Tamadaba. Corrió por el pinar como un loco y se revolcó por la tierra con una alegría que daba sentimiento,
Pero como en el fondo no es más que un perro pequeño, se vomitó en el coche y después -tal vez para tapar una cosa con otra- se meó dos veces y, aunque nos reímos mucho, mi pobre cochecito casi nuevo ya huele también a perrera.
Pero Kobe llegó a casa con la expresión inocente que tiene siempre y se tumbó en su cojín, cansado como si hubiera corrido un maratón y tranquilo, como si no hubiera roto un plato en su vida. El animalito se hace querer.
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Un estreno accidentado
Publicado en: en primera persona
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ELIA
Se echa de menos una imagen de Kobe corriendo como un loco o incluso reventado sobre su cojin ……………..ya sabes que estoy deseando «ponerle cara»
Ángeles Arencibia
Se intentará.