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Publicado en: internet, periodismo 0

Hace unos días comentaba con un amigo la paradoja de que jovencitos con todo por vivir, famosillos y actrices de medio pelo disfruten de miles de seguidores en una de tantas redes sociales publicando fruslerías, mientras autores con mucho que decir y enseñar pasan desapercibidos en el océano digital.

Nos parecía un fenómeno nuevo, pero, pensándolo mejor, no es más que otra ración de lo de siempre, solo que mucho más sofisticado y súper amplificado. Aunque, en el ejemplo más cercano que se me ocurre, por lo menos, la gente tenía el prurito de mentir, y presumía de ver los documentales de La 2 en pleno reinado de Cristal y sus secuelas.

En otros tiempos publicabas en un  gran periódico y quedabas impregnado de su prestigio y de su tirada, aunque la realidad no fuera exactamente así. Hoy nos hacen creer que la verdad de tu alcance queda al descubierto de manera exacta (te dicen que te han visto 3 personas o 3.000), pero tampoco esto es exactamente así.

Una de las cuestiones que me sobrecogieron en una de las primeras charlas a las que asistí sobre redes sociales, fue la crudeza con la que nos hablaron de herramientas para captar audiencia y la condescendencia respecto al contenido, como si fuera una cuestión menor.

La termita de las audiencias convirtió en bodrio y fango un buen pedazo de la oferta televisiva que tenemos ahora, aunque no hay obligación de tragársela. Tampoco de perder tiempo con las chorradas, los bulos y las ordinarieces que circulan por la red y que han contaminado cabeceras honorables, más pendientes de que gustar como sea que de cumplir su cometido.

Medias verdades, titulares increíbles que se caen en la primera línea justo después del click, listas de obviedades, sucesos a tutiplén o la voz de las redes como nuevo oráculo de Delfos crean un maremagnum donde los contenidos valiosos se mantienen a flote como pueden, mientras las masas creen que mandan, sin caer en que esta misma creencia las desguarnece  y las hace tan maleables como la plastilina.

Espirales de corta y pegas sin el más mínimo filtro o suspicacia por parte del replicador  -mentiras repetidas, ¡ay Goebbels!- hinchan el globo de una realidad paralela que frena nuestros avances hasta el punto, me pregunto, si no sería deseable que igual que hay notarios que dan fe de los negocios, los hubiera de la verdad… Ah, me dirás, esos eran los periodistas, los notarios de la verdad. Sí, en teoría sí, te contestaré, pero eso era antes de que una apisonadora les pasara por encima.

Publicado en La Provincia el 17 de julio de 2017

 

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