Siempre me ha intrigado el desparpajo de los políticos para valorarse a sí mismos. Ellos son siempre los más honestos, listos y solidarios. El bien común guía sus pasos. El de todos, no lo ponga usted en duda. Tampoco dude de que lo hacen, lo hicieron o lo harán mejor que nadie. Sea lo que sea que hicieron, hacen o harán. Eso es lo de menos.
A mí, egos tan crecidos siempre me dan que pensar en, por ejemplo, que este sistema prima ese valor por encima de otros mucho más útiles para el bien común. Me refiero a que, tal y como están las cosas, gana el que mejor se vende y no el que tiene mejor mercancía.
Después está el asunto de las listas cerradas. Pones en cabeza a un buen vendedor y todos los demás se convierten en diputados o concejales sin haberse explicado nunca ni -como suele pasar- saberse explicar jamás. Hay que fiarse de los partidos, que son los que tienen la sartén por el mango.
Cuando uno vota hace un acto de fe. Le dice a un grupo de gente: creo en ustedes, les doy mi confianza, gestionen mi dinero, hagan mis leyes, cuiden de mi salud y eduquen a mis hijos… Es mucha confianza la que se da con un trozo de papel para que luego te paguen como te pagan algunos.
A pesar de que pienso lo que pienso y con el último chasco aún fresco, me dispongo a votar el día 7, porque lo de meter mi papeleta en la urna me produce un gran placer, que no es sexual, desde luego. Es un placer democrático, que nace del hecho de que el voto es mío. Ahora te lo doy, ahora se lo doy a otro..
Votar es un placer
Publicado en: en primera persona
0
Deja una respuesta