He leído en el Diez minutos que Lucía Bosé ha celebraso su 80 cumpleaños en Madrid. A la fiesta han asistido, entre otros ilustres personajes, la duquesa de Alba y Carmen Lamana.
La segunda tiene sus años y la primera no creo que cumpla ya los 80, pero se pasea por las revistas del brazo de un hombre bastante más joven que ella, al que llaman novio. Las comparaciones son odiosas pero se pueden hacer pese a este dicho tan dicharachero. Así que los comparo y él me sale muy beneficiado: es un rejuvenecido consorte.
Como su novia está ya tan pochita, él a su lado parece un mozalbete, a pesar de sus canas, entradas capilares y arrugas.
¡Cómo ha cambiado la percepción de la edad! Sobre todo entre los ricos, llamados también pudientes, que es una palabra trasnochada que me encanta.
Recuerdo a mi abuela materna, Paulina, con el pelo blanco y una cara divina. No era un bellezón, pero sí tenía un tipazo y una piel sonrosada que yo recuerdo, más de 20 años después de su muerte, suave y sin arrugas. Seguramente tenía mejor pinta ella a sus 70 que yo a mis 45.
Pero en aquel tiempo ella, con 70, era una anciana. Que no se tiñera el pelo y vistiera de medio luto por la muerte de su marido influían en esa percepción de ancianidad. Era una vejez militante, como si se hubiera dicho: esto es lo que me toca, esto es lo natural.
Las cosas han ido cambiando progresivamente y cada vez aceptamos con menos resignación el paso del tiempo. Tiene su lado bueno, que yo creo que es el que nos afecta a la mayoría, pero también otro muy extravagante.
Porque en esto, como en todo, hay clases y no es lo mismo envejecer con lo justo que hacerlo con tanto dinero como poco seso. Así, se hacen operaciones e injertos y se buscan novios con un afán que unas veces roza el ridículo y otras resulta casi una traición a la vida.
Un rejuvenecido consorte
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