Esta semana tan mujeriega que tiene el periódico con motivo, of course, del día internacional de la mujer, que se celebra este domingo, me inspira. Así, esta mañana, parada en un semáforo, me he puesto a observar a una barrendera que acicalaba la acera con ese gran escóbón que llevan los profesionales.
El suyo no era un escobón cualquiera. Esta mujer barrendera, uniformada, se las había arreglado para convertir su escobón en una pieza única; lo había tuneado, que diría un moderno.
Como era un semáforo de esos largos me dio tiempo a observar con detenimiento la herramienta. Tenía como unas cintitas de colores en la parte baja del mango. Cintitas que al poco averigüé que eran coleteros, de esos que nos ponemos en el pelo. Inmediatamente di por sentado que eran coleteros que la barrendera iba encontrando en sus barridos por la ciudad y que, en lugar de tirarlos, había decidido coleccionar y darles un buen uso. Ya que no iba a ponerselos en la cabeza, pues al mango.
En esto último me recordó un poco a mí, que llevo en la sangre la manía de aprovechar las cosas hasta sus últimos exstertores: apuro el tubo de la pasta de dientes hasta la última gotita o guardo zapatos que ya tiene veinte años, por si se diera la circunstancia de que pudieran ponerse de moda otra vez.
Esta es una forma de ser que me viene de los ancestros. De mi abuela materna, que vivió la guerra y la posguerra y transmitió este afán a mi madre, tanto que, cuando vertía el huevo batido en la sartén para hacer una tortilla, pasaba el dedo por el plato para que cayera hasta el último suspirito.
Sergio N.
Estertor, no extertor. ¡Estertor! ¡GGGGRRRRRRRRRR!
Por lo demás, debemos compartir grupo sanguíneo. :-))))
Castos besos.
Sergio N(aranjo).
Ángeles Arencibia
Sergio, muchas gracias por tu corrección. Estate atento porque sin duda habrá más. Saludos.