El supermercado, santa santorum del encuentro social, es una mina. Hace unos días estuve en uno donde presencié un rito de apareamiento entre humanos. Como se verá más adelante, me ví obligada a verlo igual que el resto de las personas que esperábamos en la cola de las dos cajas donde se produjo el fenómeno.
No tomé nota ni me pareció que sacar una grabadora fuera una decisión prudente, aunque ambos protagonistas no tuvieron reparo en representar su escena en público, que en eso nos convertirnos los compradores que tuvimos la suerte de caer allí. Lo ocurrido fue la prueba de que para algunos dependientes los clientes no son seres capaces de oír y comprender, sino autómatas que acarrean carros llenos de alimentos y que cumplen su cometido como las máquinas de una línea de montaje.
El macho estaba en una caja y la hembra, en la siguiente. Entre los dos, el pasillito por el que pasábamos los cliente de la segunda. Cuando llegué y mientras esperaba a que la clienta que me precedía acabara de pasar su compra, me encontré con la siguiente conversación, que cogí, claro, ya empezada.
Ella: –…. pues yo a mi hijo le voy a comprar los preservativos por toneladas
Él: –Yo se los compraba a mi sobrino ..
Ella:-¿Cuántos años tiene?
Él:-Ahora tiene 17, pero empecé a comprárselos cuando tenía 12
Ella: –¡Qué precoz¡
Él: –Es que vi que tenía novia y …
Esta charla se desarrollaba en el marco de un super atestado de clientes un sábado al filo de la una de la tarde. Todos teníamos hambre, todos teníamos prisa y todos teníamos compras descomunales, pero aquellos dos no parecían impresionados. Cogían una lechuga, la pasaban por el lector de barras, marcaban el precio en la caja y pasaban a la leche, el pan, el detergente… sin soltar la hebra.
Del preservativo y la edad apropiada para iniciarse en el sexo pasaron al ligoteo directo.
Él empezó a insinuarse. Ella se hacía de rogar pero no con mucho empeño, al tiempo que le empezaron a dar extrañas convulsiones.
Cada vez que él iniciaba un ataque directo, ella se deshacía en risas nerviosas y se doblaba sobre el mostrador, hasta rozar con su cabeza el lector de precios. No habría desentonado en Barrio Sésamo.
Para cuando el asedio del muchacho adquirió intensidad, ya me había tocado mi turno y empecé a pasar mi compra con bastante recelo, porque para entonces los ataques de la joven habían llegado al paroxismo. Cuanto más picante se ponía él, más se destartalaba mi cajera.
Él decía que si quedaban y a ella le daba por soltar carcajadas histéricas, dar tremendas sacudidas a su melena y doblarse por la cintura en dirección a mis huevos o a mis tomates. La escena, en verdad, fue tremenda. La chica estaba al límite de sus nervios y los clientes, nosotros, pretendiendo que nos cobrara para irnos a casa.
No sé si hubo cita o no, porque cuando al final pude pagar y cargar mis bolsas en el carro, salí de allí como alma que lleva el diablo, escoltada por las carcajadas nerviosas de aquella estrepitosa cajera.
(Foto Alvimann/ Morguefile)
Estrepitosa cajera
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Inshallah
Con la cantidad de horas que echa esta gente a sus trabajos, rutinarios, aburridos, incómodos, anuladores de la voluntad y contrarios al crecimiento personal, tiene algo de lógica que, en determinados momentos, pierdan el interés por sus huevos y traten de establecer una relación social que vaya algo más allá del precio de la verdura y el jamón cocido. No todos tienen la suerte de tener un trabajo en el que el cliente es un espectador virtual, que desconoce si su producto se ha empaquetado mientras el trabajador desayunaba un cafecito tibio y una magdalena, o incluso desde su casa, en pijama, entre los brazos de un amor pasajero. Cierto es, no obstante, que el trabajo “cara al público” requiere de algo de elegancia y saber estar, por ser el escaparate último de la empresa a la que acudimos, pero también es cierto que es imposible exigir esa impostura todo el tiempo. Hasta los pases de modelos son cortitos, para que no nos percatemos de las costuras sueltas de los jóvenes y jóvenas que desfilan como dioses y diosas ante nuestros ojos.
Un pelín clasista le ha quedado el texto, pero, vaya, que está bien escrito y eso…
Cuinpar
Ay, Angelita, desde el otro lado, a veces parece que para algunos clientes los dependientes no son seres capaces de oír y comprender, sino autómatas […] que cumplen su cometido como las máquinas de una línea de montaje…
Qué lunes este, ains…
Ángeles Arencibia
Inshallah: ¿Clasista? No sé. Yo no lo soy, desde luego. Pero admito que el texto pueda dar esa impresión. La anécdota está basada en hechos reales, quizas un poco exagerado el final. Me llamó la atención por el absoluto desparpajo de la pareja. Nada más. Saludos.
Ángeles Arencibia
Cuinpar. también, también… Y hay muchos que incluso piensan que los dependientes son algo así como siervos. De todo hay. Ánimo, que sólo quedan cinco días para el sábado.
Esther
Vaya, Ángeles, no sabía que fuéramos al mismo supermercado 😀
Inshallah
Bueno, si me lee usted de nuevo, verá que he escrito “pelín (de poquitín, dicen) clasista le ha quedado el texto (el texto, digo)”. Verá usted, es que esa escena que usted tan bien ha descrito, según mi peculiar punto de vista (que es muy peculiar) hubiera carecido de esa rémora del “clasismo” si la hubiera usted enfocado desde otro punto de vista, no haciendo hincapié en la espera de los clientes y eso de “todos teníamos hambre, todos teníamos prisa y todos teníamos compras descomunales, pero aquellos dos no parecían impresionados”. Aquellos dos son los cajeros del supermercado, aquellos dos pueden ser dos jovenzuelos en plena efervescencia hormonal que tienen que buscarse los cuartos trabajando unos horarios y en unas condiciones bastante poco favorables para educarse como para que usted les describa como “aquellos dos”, que también tendrán familia, hambre, y pocas ganas de estar un sábado por la mañana viendo como otros hacen compras descomunales que ellos no pueden permitirse con la porquería que les pagan a final de mes. Yo sé, positivamente, que no es usted clasista, pero el texto le ha quedado un pelín clasista, qué le vamos a hacer. Igual en el Cortinglé encuentra usted cajeros que se acomoden mejor al trabajador mecánico y calladito que le atienda servilmente y se interese por usted, sus prisas, su hambre, su compra descomunal, sus huevos y sus tomates. Eso será posible cuando tratemos a las personas como lo que son: personas. Y no pedazos de carne listos para atendernos. Dicho todo esto con el mayor de mis respetos hacia usted. Y le repito, sé que no es usted clasista. Yo tampoco, y sin embargo, a menudo me comporto como tal, por mucho que me duela. Es algo que es difícil de controlar, pero se va pudiendo…
belushy
Te fijaste si te pasaron bien la compra?? Será una artimaña para despistarnos y así cobrarnos más de la cuenta?? 😛
Ángeles Arencibia
Belushy: ¿Te imaginas? Ja, ja, ja.. «Se necesitan cajeras con estudios de arte dramático».
ELIA
Pues a mi para nada me parecio que el escrito tuviera clasismo de ninguna indole.Es mas , precisamente la autora carece de ello.
Me divertio muchisimo.Pase un rato estupendo disfrutando de su lectura y creo que los que trabajamos de cara al publico debemos conservar nuestra compostura.
Gabrielito
Me echo a temblar. El fascismo está cada vez más cerca; tenemos que medir las palabras no sea que «hiramos» algún tipo de conciencia
-ergo no nos podemos expresar cómo queremos
-ergo fascismo.
Hace falta tener ganas de buscarle los tres piés al gato, es fácil hacerlo como acabo de demostrar. No sé que habrá leido «el crítico», yo me he quedado simplemente con la narración de una situación en la que dos personas descuidaban un tanto sus responsabilidades por estar calentorros. Esta vez eran cajeros ( quizás debería decir «personal de caja» no sea el demonio….), pero podrían ser periodistas, enfermeras, funcionarios, ministros, artesanos, carpinteros, albañiles…. Cualquiera.
Vamos a intentar vivir relajados y llevarnos bién, que ya está mu malita la cosita en general. Seamos de verdad tolerantes y preocupémonos por lo importante.
Inshallah
Está bien eso de pedir tolerancia y llamar, al mismo tiempo, fascista a quien expone una visión personal de las cosas, aunque estuviera equivocada. Sobre todo si esa exposición se hace desde el respeto, como simple comentario, sin hacer alusiones personales, analizando un texto.
A mí sí que me parece que hay que medir las palabras, porque las palabras pueden llegar a ser un arma muy poderosa. Efectivamente, las palabras pueden llegar a ser hirientes y ofensivas. Pero hay maneras en las que se puede llegar a expresar la misma idea sin necesidad de ocasionar una herida.
Repito que mi idea estaba referida a una impresión que tomé del texto, tras su lectura. No hago referencia, en ningún momento, a ninguna cuestión personal de la autora, básicamente, porque no la conozco de nada, y, aunque la conociera, no soy quién para juzgar a nadie.
Y no, no soy «el crítico», sería, en todo caso, «un opinador», aunque parece, siguiéndole el razonamiento, que «no nos podemos expresar como queremos», porque hay mucho fascista que puede llegar a sentirse herido, lo cual no deja de ser, si me lo permiten, y pidiéndoles disculpas de antemano, una gilipollez como la copa de un pino.
Presento mis disculpas a la autora del texto, por si se hubiera sentido ofendida por mis comentarios, y a todo aquel que, leyéndome, hubiera sentido lo mismo. No pretendía yo alzarme con la medalla de la razón, sino más bien plantear una posible visión alternativa de cómo contar una historia sin «daños colaterales», pero ni soy quién para hacerlo ni tengo conocimientos suficientes como para hacer semejante cosa. Y no está en mi ánimo que me cuelguen, a estas alturas de la vida, una etiqueta de fascista o reaccionario, que es ya lo que me faltaba por leer.
Tengan ustedes un estupendo fin de semana.
Y hasta otro tema. O cuando sea.
Inshallah.
Ángeles Arencibia
Inshallah. Por alusiones: No me he sentido ofendida en absoluto. Al contrario, me han parecido muy razonables tus comentarios. Y un poquito polémicos, que es lo interesante de este medio de comunicación. Gracias por pasar por aquí y hasta la próxima.
Inshallah
Te agradezco el comentario, Ángeles, y me alegra que no hayan sido tan graves mis palabras, que, al fin y al cabo, sólo pretendían generar, como bien dices, algo de polémica, que siempre me parece interesante para crearse una opinión sobre lo que sea.
Encantado de leerte. Y al resto de contertulios también.
Hasta la próxima.
Inshallah.
Gabrielito
No ha sido mi intención tachar a nadie de fascista. Creo que dejé claro que se trataba de un ejemplo de cómo se le pueden buscar los tres pies al gato. Paz y amor hermanos.