Chiqui, la pieza clave eras tú

Querida Chiqui, empiezo esta carta horas antes de salir a partirme de risa en la cabalgata de carnaval. No pensaba hacerlo, pero me empuja tu marcha, que siento brutal como un hachazo.

Qué paradoja: estoy tan triste que me duele el pecho, pero me voy a la calle de periodista hippy en el festival de Woodstock.

Me creerás si te digo que tengo pena de sobra para hacer llorar a un ejército, que estoy desolada como el torero de Sabina, y que cuando la moviola que tengo en la cabeza repite la película de una de nuestras conversaciones -¡que fueron el otro día!- me entra una congoja tan amarga que siento que me falta el aliento.

Entonces, ¿por qué salgo? Porque tú no eras eso, tú eras pura vida, y maldito homenaje te haría si cerrara las cortinas y me quedara en casa a rumiar nuestra desgracia.

Hay que ver cómo te queríamos. Nos has dejado sin palabras, nos miramos, nos escribimos -aún tengo nuestra último wasapeo en la zona alta de mi móvil-, y no nos decimos nada. Nos hemos quedado de puntillas, haciendo equilibrio al borde del abismo.

Tengo mucho que agradecerte, algo te dije a tiempo, pero lo repito aquí para que lo sepan todas y todos.

Poca gente ha tratado con tanto respeto mi trabajo. El mío y el de los y las demás. Esa era una de tus cartas en la manga, una de tus inteligencias, una de tus maravillosas cualidades: saber que el éxito de tus colaboradores era tu éxito. Qué gran hacedora de equipos eras. Como entrenadora no habrías tenido precio, no lo tenías Chiqui.

Poca gente también me ha espoleado más. Poca gente me ha dado más facilidades, aunque es verdad que tu siempre pedías la luna. Poca gente tiene tu garra y ese entusiasmo que empapaba como una ola de las de La Cicer en días hermosos.

Te hablaba de la película de nuestras conversaciones, me estoy acordando de cuando nos conocimos en CATPE, de cómo me respaldaste; del día en que viniste a verme a la torre para convencerme de que me uniera al equipo de Guías por un día. Me reconocerás que no lo dudé un segundo. Cómo no hacerlo, si eras tan sólida, tan honesta, tan cabal.

Más tarde tuvimos otra sesión torbellino, esta vez en tu despacho del museo, para hablar de  La pieza clave del tablero, otra idea brillante de esas que producías como quien sopla botellas.

Tengo que empezar a vestirme de periodista hippy en Woodstock porque he quedado, pero antes te voy a decir una cosa Chiqui: La pieza clave eras tu.

De izquierda a derecha, Luis Regueira, Santiago Gil, Chiqui Castellano y Andrés Trapiello, en la biblioteca de El Museo Canario.

Angélica Castellano Suárez falleció este jueves 7 de marzo de 2019 en Las Palmas de Gran Canaria. Tenía 48 años y tres hijas de las que hablaba con orgullo y amor. Su último trabajo fue el de directora de El Museo Canario, entidad a la que en poco tiempo impregnó de su vitalidad. Este pequeño texto está dedicado a ella, a sus tres hijas y a Santiago Gil, con quien se quiso como quieren los poetas.

2 Comentarios

  1. Octavio Santana Suárez
    | Responder

    Querida Prima. Eres como yo una rama de tronco común de Agüimes. Dios bendiga tu marcha.

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