Mi hija pequeña me preguntó el otro día si era posible dejar de pensar, y la verdad es que no supe qué responderle. Intenté poner la mente en blanco para ensayar una respuesta, pero el mismo esfuerzo ya era un pensamiento.
La mente no para y las ideas no se pueden amarrar. No se les puede pedir que sean políticamente correctas. Ni se puede evitar pensar mal, por ejemplo, de las compañías de discos que se apresuran a sacar recopilatarios cuando fallece un artista. Es un negocio legítimo, pero a mí me suscita cierto rechazo.
Tampoco puedo evitar pensar que este fenomenal lío que se ha armado en Las Palmas de Gran Canaria con la presencia de boro en el agua de abasto es como el cuento del traje del emperador. Tan absurdo al menos. Al parecer, llevamos mucho tiempo consumiendo agua con esos niveles de boro -o superiores-, pero sólo ahora -y tan de repente- el asunto se ha convertido en preocupante.
Gracias a nuestros inefables dirigentes municipales y sanitarios ya no consumimos esa pizquita de boro que antes tomábamos con algún cafetito o con algún plato de potaje. Del boro nos han salvado; ahora habrá que ver quién nos salva de los salvadores.
Quién nos salva de …
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