El día que Botella se enchumbó de espíritu isleño

Nunca se me pasó por la cabeza que Ana Botella llegara a ser alcaldesa de Madrid. No porque sea una mujer, desde luego; ni porque sea la esposa de Aznar, ni tan siquiera porque no me caiga muy bien.
La razón de esta falta de fe data de hace ya unos años, de cuando la tuve tan cerca tan cerca que casi la tiro al suelo.
Debió ser en la campaña del 96, la que convirtió a Aznar en presidente del Gobierno por primera vez, o quizás fuera la anterior. No soy buena para las fechas.
El caso es que el PP de Gran Canaria decidió que el mejor modo de llenar el mitin que daba su líder en la capital de la isla era invitar a un plato de paella.
Con antelación al día fijado -un sábado creo- se anunció a través de distintos medios de comunicación que el PP invitaba a paella en el mitin que daría su cabeza de cartel nacional en La Puntilla, en el extremo norte de la playa de Las Canteras, en Las Palmas de Gran Canaria.
La Puntilla hoy es una plaza, con un parking en el subsuelo y otros equipamientos. Entonces aún era un pedazo de tierra pelada al final del paseo.
El plato de paella cumplió bien su papel de señuelo. Y si habían previsto paella para 150 o 200 personas, acudió el doble. Hacía mucho calor y el ambiente estaba lleno del polvo que levantaba la gente en la tierra reseca.
Pese a que se había acabado la paella y los platos y los vasos de plástico usados y con granitos de arroz amarillo aquí y allí dejaron un panorama poco elegante, los políticos no se dejaron vencer por el desaliento y las quejas y empezaron a hablar desde el estrado, porque para eso habían venido. Se suponía que aquella gente tenía que escucharlos.
Hubo un error de cálculo, porque el tipo de gente que cruza media ciudad o la ciudad entera por una ración de paella servida en un plato de plástico no suele ser la misma que acude a un mitin dispuesta a escuchar, ovacionar y aplaudir. Así que unos molestaron a los otros.
Yo había acudido como periodista y recuerdo perfectamente a una mujer vestida con unos pantis que le subían por la barriga hasta el sostén, quejarse con mucho sentimiento de la faena que le habían hecho a ella y a sus vecinas, pues habían gastado el dinero de la guagua, pero no habían recibido el plato de paella prometido.
Exigía, cargada de razón, que le devolvieran el dinero del viaje de ida y del de vuelta.
Y como ella, otros muchos mostaron su enfado, con mayor o menor finura, por la tomadura de pelo en que, a su juicio, se había convertido la paella-mitin del líder popular.
A pesar del bochorno (por calor y por verguenza), acabaron el mitin como pudieron y los Aznar enfilaron el camino de salida. Pero, como aquello era un terreno sin domesticar aún, no había un pasillo, una trastienda, un backstage, un algo que les permitiera hacer mutis con elegancia.
Tuvieron que salir con con la plebe, entre ellos, a duras penas escoltados por su gente, y con esta periodista en un tris de ser apretujada contra la Botella, momento en el que pude oírle decir: ¡Ay, José Mari, qué gente! O algo muy similar.paella.jpg
(No tengo fotos del mitin-paella, pero esta de Efe de los funerales del dictador norcoreano puede valer.)

  1. ELIA
    | Responder

    ¡¡¡¡Que bueno , Angeles!!!!!Como lo disfrute , que estupenda descripcion del evento y del entorno , lograste que me sintiera en el «meollo» del mitin.
    Tampoco es Santo de mi devocion , Ana Botella.En eso coincidimos .
    Gracias por el ratito.

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