Leí -o se lo escuché a alguien- que el teléfono es un aparato muy impertinente. Es verdad. Si suena, la mayoría de nosotros suspende lo que está haciendo y corre a contestar. Hay veces que la ansiedad por descolgar está plenamente justificada porque esperamos una noticia importante, un asunto de salud, de negocios o de amores. Pero hay que reconocer que en la mayoría de las ocasiones interrumpimos conversaciones y descolgamos sin saber si la persona que nos invoca desde el otro lado del hilo telefónico tiene algo sustancial que decirnos.
A mí me pasa mucho, lo confieso. En la redacción del periódico y también en casa. No soy de las que dejan sonar el teléfono hasta que se canse. Siempre pienso: ¿Y si es algo importante?
Casualmente ayer por la mañana hablé con un colega con el que compartí muchos años de trabajo y amistad y al que no veía desde hacía mucho tiempo. Nos intercambiamos nuestros números de móvil y bromeamos con el hecho de que la última vez que nos habíamos visto había sido en la era premovil, cuyo acrónimo podría ser pm, con el permiso del post meridiam. de toda la vida.
Esto me ocurrió ayer por la mañana. Poco antes, a eso de las diez y media caminaba por Triana y aledaños. No sólo es una zona muy familiar para mí por lo mucho que la pateé de niña y de joven y de adulta, sino que, además, suele depararme deliciosos encuentros. Así, cuando voy a hacer una gestión por esa zona, procuro ir caminando desde el punto más razonablemente alejado, para disfrutar del encanto de una ciudad pequeña, porque eso es lo que sigue siendo, aunque haya sido rodeada con los años por una populosa e ingobernable sucesión de nuevos barrios.
El placer de encontrate por la calle a gente -no ya solo conocida sino incluso hasta querida- puede aún disfrutarse en este área de la ciudad. Pero ayer descubrí que eso era posible en la era PM (pre móvil), cuando no saludabas a tus amigos con un movimiento de cabeza porque ellos y tú misma caminabáis hablando por el móvil, que ha resultado ser mucho más impertinente que el teléfono fijo de siempre.
Si te paras en una calle transitada por peatones y los mirás, verás que la mayoría camina con una mano pegada a la oreja, cuando no van hablando solos porque disponen de un -nunca mejor dicho- sin manos.
(La Merkel, al teléfono, en la foto de Efe)
El impertinente se moviliza
Publicado en: en primera persona
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