Llevo varios dían dándole vueltas a la idea de que las leyes laborales siempe se van a quedar a medias. No porque no puedan estar muy bien pensadas y elaboradas, sino porque afrontan una realidad inabarcable. Es difícil detallarlo todo y definir qué se debe hacer en cada situación, porque el número de casos distintos que puede deparar la realidad es muy grande.
Lo tienen muy difícil porque el principal problema que deben afrontar es la resistencia de la mayoría de las partes contratantes a hacer concesiones, aunque sean razonables. Primero siempre es el beneficio propio -o lo que se interpreta como tal- y después lo demás.
Hay trabajadores que piden bajas laborales pese a que no están enfermos, estiran la hora del café más allá de lo razonable o, simplemente, no cumplen con el trabajo por el que les pagan. De otro lado, hay empresarios que pagan menos de lo que deberían, que esconden beneficios, despiden para contratar más barato, racanean medios o desoyen las normas de seguridad.
Unos y otros ven la ley -cualquiera que sea ésta- como un escollo que saltar o un argumento para medrar y no como una forma de mejorar para todos.
En vez del que se trata que me opongo, sería: de qué se trata que me aprovecho.
(Por cierto, este domingo Antonio Caño cuenta en El País que, desde su fundación hace 35 años, el G-8 ha aprobado 3.000 acuerdos a los que no ha dado seguimiento. En todas partes cuecen habas, pero hay habas más importantes que otras. Resulta, además, lamentable que éstas cuesten tanto si van a valer para tan poco.)
(La foto es de morguefile)
El provecho y los aprovechados
Publicado en: actualidad
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