Nuestras abuelas sabían de verdades inamovibles. «Después de la leche, nada eches». «La ropa blanca al sol, amarillea». «Cuando se tiene fiebre, hay que sudar». Y yo que sé cuántas nociones de sabiduría de éste y otro cariz antesoraban las personas de unas generaciones atrás. Eran axiomas incuestionables, que nadie ponía en duda porque venían de antiguo y así había sido siempre.
Como no tenían más noticias, pues China y la URSS eran dos países comunistas donde se vivía muy mal, en Francia se comía mucho queso y lo que decía el párroco iba a misa. Con los años algunos de estos axiomas domésticos se han ido demostrando erróneos y algún otro ha sobrevivido al paso de los tiempos.
En la época a la que me refiero no había más información que el parte en la radio o el periódico debidamente censurado por el régimen. Estaba también la conversación con la vecina, con el puestero del mercado o la homilia del domingo, pero poco más. Una conversación telefónica era todo una ceremonia que a menudo se reducía a «¿pero están bien?»
Como las noticias llegaban por canales muy estrechitos, nuestras abuelas tenían poco espacio para dudar. A no ser que fueran lectoras aventureras, lo normal es que su panorama literario se redujera a un círculo bien redondito. Y después, cuando llegó la televisión, hubo durante mucho tiempo un sólo canal -en Canarias tardó en llegar la 2- y desconectaba a las cinco, después de la sobremesa.
Una noticia era una noticia, Se hablaba de ella y se digería, porque había tiempo para hacerlo. Y como había poco margen para la disensión, pues se creía y en paz.
Hoy vivimos sobreconectados, sobreinformados, sobresaturados de datos, hechos y hasta rumores. El teléfono fijo, el móvil y sus prácticos sms, el email del trabajo, el email del ordenador de casa, la televisión y sus tropecientos canales, la radio, el océano de internet. ¡Ah! y el fax, que se resiste a desaparecer como gato panza arriba.
Una noticia lo es muy poquito tiempo, porque enseguida es historia. Con tantos canales y tantos emisores de información, los datos nos llegan en oleadas. ¿Cómo tiene el buzón del correo electrónico de la oficina el lunes por la mañana? El mío da miedo.
Los periódicos digitales son mejores cuanto más actualicen y con mejor criterio. Se trata de cambiar, de mantener siempre el interés, porque lo que interesa es la novedad. Y no damos abasto. Los asuntos nos traspasan como pasa el aire a través de una mosquitera y todo esto nos produce una gran inseguridad sobre dónde está la verdad.
Antes decían que el pan engorda, ahora es todo lo contrario. ¿O fue ayer? Las noticias médicas son un buen ejemplo de sobreinformación. Tenemos acceso a hallazgo cuyas consecuencias no sabemos medir. Nos llegan novedades sobre enfermedades desconocidas que nos crean una gran preocupación, ¿tendré yo eso?. Nos dan consejos en un sentido y, a veces, unos tiempo después, nos los vuelven a dar, pero en el contrario.
Libros, vidas privadas, cataclismos, elecciones, pactos políticos, leyes, inventos, guerras, escándalos … la información llega desbordada desde todos los puntos del planeta como rugía la marabunta en aquella vieja película, Y es la sobrina de un obispo que ha decidido desnudarse la que capta nuestra atención, y no la enésima matanza del año en cualquier país de esos que acumulan tragedias.
En esos momentos en que me suena a la vez el móvil y el fijo, llega un sms y tengo correos que contestar ya, recuerdo la imagen de mi madre sentada en la mesa del salón ante un rimero de tarjetas de navidad por escribir. Tenía que hacerlo con semanas de antelación para que llegaran a su destino en las fiestas. Y no ha pasado tanto tiempo.
(Autor de la foto: Gracey)
EliaF.Granados
Pues viene al caso un artículo de El País que me llenó de gozo y satisfacción sin fin. Un estudio de la Universidad de Pensilvania ha confirmado lo que siempre sospeché: «no existen pruebas definitivas de que la práctica ayude a no aumentar de peso o mejore la salud de la piel» Se refiere al mito de beber 8 vasos de agua al día. Dicen que no saben de dónde salió esa afirmación, y en definitiva, que las personas sanas tienen que beber cuendo tengan sed, ni más ni menos. Cierto es que cada uno se aferra a la versión que le interesa, pues yo me pido la de los de Pensilvania, que tiene mucho glamour y me libera de la tediosa sensación de tener la barriga como un estanque. Un besazo Ángeles y sigue removiendo los cimientos de lo cotidiano que falta nos hace.
Ángeles Arencibia
Yo también me alegro de que lo de los ocho vasos de agua sea una filfa. Besos para tí, guapísima.