Un miembro destacado del equipo A ha fallado a sus compañeros. Ha roto la única regla que carece de excepciones, que es la que dice que todo lo nuestro (lo de mi equipo) es irreprochable y todo lo del contrario (llamémoslo B) es deleznable. Al enemigo, dice la norma, ni agua.
Así, lo que ha dicho el díscolo de A no se toma por su contenido, ni por unos ni por otros. Se toma por su forma, como el rábano se coge por las hojas. No importa si tiene razón; lo trascendente es que ha dado oxígeno al contrario, el cual tampoco es capaz de abordar el asunto de una manera razonable, sino como hacen los niños chicos cuando te sorprenden en una falta: ¡¡¡¡Ja, ja, uy, uy, uy, te cogí!!!
El problema es que los equipos del cuento no son de fútbol ni compiten en un concurso de televisión. Son partidos políticos que se presentan ante nosotros prometiéndonos una gestión inteligente. Pero si tenemos en cuenta la regla del principio, para formar parte de A o B no es necesario tener inteligencia, basta con seguir al de delante.
Toda esta historia de Saavedra y su petición de dimisión del ministro Bermejo se convierte en notición porque la regla del juego es la que decíamos: todo lo mío es magnífico y todo lo del otro es despreciable. Él la ha roto, ha mordido al perro.
Y así el debate no se centra en ver cuánta razón tiene o no al pedir que el ministro dimita, sino en que ha dejado en evidencia a sus correligionarios. (Y después está el puntito morboso, cómo nos gusta una pelea, un rifirrafe, una ruptura. No todos los días se separa la Pantoja.)
El asunto me recordó a una rueda de prensa a la que asistí hace unos años, aún gobernaba Felipe González y no sé si el PP se llamaba todavía AP. La rueda de prensa la ofrecía un diputado nacional del bloque conservador por Las Palmas, -un hombre al que, por otra parte, respeto mucho-, que anunciaba su dimisión, harto de no tener capacidad de intervención en las decisiones de su grupo.
Una vez que el diputado dimisionario hubo expuesto sus argumentos, un avispado periodista, hoy retirado de la primera línea, simplificó sus palabras y le preguntó si podría definirse como parlamentario botón* lo que él había sido y ahora criticaba.
(*Con b, por el botón que pulsan los diputados para votar; porque lo que él criticaba es que sólo se le quería para eso. Aunque puede que lo hubiera escrito con v, por el verbo votar)
El diputado botón/votón
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