He participado en una reunión de mujeres en la que, entre otros temas, ha surgido esta pregunta en la conversación: ¿Es fácil enamorarse? Éramos seis y cada una de nosotras aportó una perspectiva distinta a la cuestión, desde nuestras muy variopintas experiencias en este terreno.
Entre todas casi completamos el abanico de posibles situaciones. Había tres matrimonios de larga duración, -una de ellas con un noviazgo previo de los llamados eternos-, una divorciada relativamente reciente y otras dos felizmente emparejadas en la actualidad, pero con una ruptura en el currículum. En estos dos últimos casos ambas mujeres habían vivido una importante relación que había acabado mucho antes de encontrar a la pareja actual. Aparte de esta coincidencia, el resto de sus circunstancias eran completamente diferentes.
No podría decir cómo surgió el tema, pero sí que antes de que nos diéramos cuenta estábamos enfrascadas en una interesante discusión. ¿Es fácil enamorarse? ¿Cuántas veces se enamora una persona en la vida? ¿Se puede controlar?
Una de las participantes sostenía que no nos enamoramos más veces en la vida porque tenemos las antenas mal orientadas o apagadas. Es decir, no estamos atentas o alerta ante la eventualidad de un nuevo enamoramiento. No nos interesa. Es como el que va al mercado y no se para en el puesto de la fruta, porque ya tiene mucha en casa. Si no fuera así, argumentaba esta contertulia, nos enamoraríamos más veces en la vida. «Yo sería capaz de hacerlo muchísimas», agregó una tercera.
Esta postura abrió un nuevo frente en el discurso: ¿Merece cualquier relación la categoría de enamoramiento? Alguien usó el término encoñamiento, más pensando en la segunda de las dos acepciones que le da la RAE que en la primera. Es decir, en el de encapricharse de algo. En nuestro caso, de un hombre.
Otra comparó el dilema con la diferencia que hay entre un chupito y un trago largo. Hay relaciones que son como chupitos de aguardiente. Cortos e intensos. Y otras que son como un gin tonic: más prolongados y de sabor más suave. (Están muy ricos con pepino en lugar de limón).
Una de las presentes está inmersa en la actualidad en la fase inicial del enamoramiento. Se muere por sus huesos y tiene la suerte de ser correspondida. Es libre de ataduras desde hace algún tiempo, con lo que afronta esta nueva relación sin cortapisas. Su experiencia contribuyó a ampliar el abanico de circunstancias y pareceres de la conversación, que se lió y se lió. Hay tantas variables…
La importancia del sexo, pilar fundamental pero no suficiente; la costumbre y la seguridad como sustitutos; la añoranza de los primeros tiempos de la relación, esas burbujitas en el estómago …
Alguien planteó que la pareja convencional tal y como está instituida -el matrimonio con vocación de durar toda la vida-, es una figura artificial que no corresponde con nuestra naturaleza. Otra, sin embargo, expuso lo difícil que era que un enamoramiento se tradujera en una pareja feliz, lo que llamamos encontrar a tu media naranja y pasar de la cita romántica a compartir la pasta de dientes. Esta última sostenía que una persona que conseguía esto último se podía considerar afortunada, porque es una lotería. La mayoría -estuvimos de acuerdo-, estábamos muy a gusto con nuestro trago largo, siempre que de vez en cuando uno de los dos echara un poco más de hielo para sustituir al que se iba derritiendo con el paso del tiempo.
(Imagen. El amor, por Elia Fernández)
antonieta patateta
Soy del grupo de suertudas, tras muchos años sigo identificando al amor con el sujeto con el que comparto mi vida hace 11 años. Más cierto es que de ser mi enamorado ha pasado a ser «mi casa», y no porque yo me parezca cada vez más a E.T , y se ha convertido en el lugar a donde siempre quiero volver,y en donde realmente disfruto siendo yo misma.
A los 40 no es fácil enamorarse porque se ha perdido la ingenuidad y las ganas de inventar que la otra persona es de la forma que soñamos y no de la forma que es.
A los 40 es más fácil seguir enamorada, redefiniendo el término, verificando las expectativas y picando hielo como una loca.
Ángeles Arencibia
Ántonieta:lo de picar hielo me recuerda a una película de Sharon Stone y me da un poco de miedo,; mejor sacar cubitos, ¿te parece?
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Tengo que admitir que por lo general se aburre de aprender todo esto sin embargo creo que se puede añadir un poco de valor. ¡Bravo!
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La esperanza de recibir alguna ayuda de http://www.canarias7.es si se tiene alguna duda.