Ando estos días más a medio gas. Mi hija pequeña lleva un par de noches con pesadillas y se despierta de madrugada aterrorizada. Es cierto que las madres tenemos una antena específica para detectar si la prole tiene problemas. Yo no tengo un oído fino, más bien diría que tengo un oído grueso o mejor, como dice mi amiga Loli, tengo un oído enfrente del otro. Y sin embargo, cuando una de mis hijas se queja por la noche, salto como un resorte al primer ruidito. Así llevo tres noches y estoy que me caigo.
Las pesadillas de mi hija me recuerdan a las mías y ya me está dando miedo pensar en ellas, porque es de noche, las niñas duermen y su padre ha salido. Soy bastante miedica, pero no para todo. No veo una película de miedo ni aunque me maten y, si alguna vez lo he intentado, soy de las que muerden un almohadón o pegan un brinco en los momentos de tensión que, por supuesto, espero de pie por si tengo que salir corriendo. Pero no soy una persona miedosa en la vida real. Dentro de unos límites razonables.
En terrenos virtuales me muero de miedo. Y eso ocurre en las pesadillas. Pasan cosas espantosas que se escapan a la lógica y ante las que los asideros de la luz del día no valen para nada. Por eso, porque me acuerdo de los terrores de mi infancia, más que correr vuelo cuando alguna de mis hijas hacen un ruidito en medio de la noche.
En este estado de duermevela continuo, que no sé si remontaré esta noche, una vive un poco a medias y más que pasar el día parece que lo empuja, como Sísifo con su piedra, aunque ésta no volverá a caer hasta que pase por lo menos una noche, con o sin pesadilla.
(foto: kevinrosseel/Morguefile)
antonieta patateta
somos hijas de la misma madre, yo también soy miedica. besos