Hoy por ti, mañana por mí

Estuve la tarde del miércoles en el funeral que se organizó en Las Palmas de Gran Canaria por las víctimas del accidente de Barajas del pasado 20 de agosto. Tenía que escribir una crónica para mi periódico y para hacerla hablé con varias personas.
Ninguna de ellas era protagonista del evento. No hablé con familiares de las víctimas, ni con el Obispo, ni con Zapatero ni mucho menos con los Príncipes; hablé con Juana, Mikel, Mar, Pedro, Ana María y algunas otras personas, ciudadanos anónimos que siguieron la misa desde la plaza.
Salvo dos que tenían una relación más o menos cercana con algunas de las personas que murieron en el accidente, la mayoría no conocía a ninguno de ellos. habían ido al funeral por solidaridad. Más o menos todos me dieron los mismos motivos para explicar su presencia en Santa Ana: que se sentían en el mismo barco; que aquella tragedia no les era ajena porque a todos nos llega. Hoy por tí, mañana por mí.
La catástrofe del avión de Spanair es la más terrible de la reciente historia de Canarias, por el número de muertos y también porque entre ellos había familias enteras, padres e hijos que volvían de vacaciones. «A quien no le duela es que no tiene corazón», me decía Juana, una señora ya mayor que de joven había trabajado en una empaquetadora de tomates en el sur de Gran Canaria.
Ninguna de las personas con las que hablé se levantó de sus sillas para intentar ver a los Príncipes cuando llegaron a la catedral para asistir al funeral, porque no habían venido a cotillear, según me precisó Pedro.
Como todos, me emocioné por el dolor de los familiares de las víctimas, por su pérdida y su recuerdo, pero también por sentirme parte de esa masa anónima que había venido al funeral de sus vecinos. Hasta el miércoles creía que este tipo de cosas eran costumbres en desuso, hábitos que sólo se conservaban en los pueblos pequeñitos.
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(En la foto de Arcadio Suárez, la plaza de Santa Ana y la catedral durante el funeral en Las Palmas de Gran Canaria)