Necesitaba un día como el de ayer para hacer lo que hice. Me refiero a que no habría podido llevar a cabo aquella tarea, si el ayer no hubiera sido uno de esos momentos de optimismo que supongo que todos tenemos de vez en cuando.
No sé si podrás ponerte en mi lugar, porque sé que en esto soy un bicho raro. Te lo voy a contar: ¡Visite mi perfil de Facebook! Sí, esto fue lo que hice..
Todo tiene su explicación: Me paso el día tras un teclado. Así que es fácil de entender que cuando llego a casa por la noche puede que no me apetezca abrir el portátil y vérmelas con otro teclado, como estoy haciendo en este preciso momento.
Lo de Facebook fue una relación que comenzó mal. Cuando me decidí a entrar lo hice por nostalgia y no por curiosidades tecnológicas. Me encontré a una amiga del colegio,-sí, de la época del cuplé-, que lleva mucho tiempo viviendo una doble vida: la de carne y hueso y la virtual. Y me dijo que esa otra vida virtual estaban muchas de nuestras viejas compañeras de la infancia y como yo añoro mi infancia -sin estridencias-, me animé a hacerme socia de Facebook.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que tarde más de dos horas en encontrar la forma de colocarle la tarjeta sim a mi iphone y que dediqué otras dos a averigüar que tenía que enchufarlo al ordenador para echarlo a caminar, es fácil de entender que lo mío con Facebook fue desde el principio una odisea.
Te ahorraré detalles, pero mi entrada en esa red social fue torpe y complicada. Además, coincidió con un problema muy gordo que tuve en el portátil y que ya he contado en alguna ocasión. Requirió una compleja y arriesgada operación de trasplante, que pudo llevarse a cabo gracias a la inestimable intervención de mi amigo A., experto en la materia.
Vete sumando obstáculos. A mi propia torpeza, la del aparato, que no acababa de coger rumbo, y después: la ansiedad.
Resultó que, como ya había cogido piso en Facebook, las visitas comenzaron a llegar sin esperar a que yo terminara de poner la casa y venga a llegar correos, correos y más correos con solicitudes de amistad, invitaciones y otras proposiciones siempre muy honestas que yo no me veía con ánimo de corresponder.
Primero porque no tenía portátil y después porque había olvidado la contraseña, y como la bola continuaba engordando, cada vez me daba más pereza abrir mi pisito de Facebook. Temía encontrarme a todos aquellos amigos con los que había sido tan poco delicada, de sopetón. Siempre pensaba: ya lo arreglaré mañana.
Y así pasaron meses, hasta que el otro día lo comenté en el periódico y mi compañera Esther me dijo que quizás podría contarlo en este blog. Y eso he hecho. Pero antes, ayer, no sé cómo, reuní las fuerzas necesarias para abrir mi apartamento en la red social y empezar a recibir visitas, no muchas, no creas. Me temo que tardaré en volver.
(La foto es de archivo)
Facebook también produce ansiedad
Publicado en: en primera persona
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Ruymán
Ánimo, Ángeles, que Facebook es menos fiero que como lo pintan. De hecho, tengo una compañera en el periódico que era muy reticente a abrirse una cuenta y ahora no hay quién la despegue de su «muro» y creo que ya tiene más amigos que los más jóvenes de la redacción.
Porque, eso sí, lo malo es que Facebook va por fases y una vez que se supera la del agobio y la ansiedad, viene la de la adicción. Pero luego se normaliza.
Saludos.
Ángeles Arencibia
Ruymán, dime una cosa: ¿tu crees que se puede vivir sin Facebook? O ya no es posible.
Ruymán
Difícil respuesta, Ángeles. Quiero pensar que una vez superada la fase de adicción hay vida más allá de Facebook y del resto de redes sociales, pero también es cierto que hay mucha gente que no puede vivir sin el móvil y hace menos de veinte años era un lujo al alcance de unos pocos.
Hoy es posible vivir sin Facebook, pero quizá en un futuro no muy lejano, se acabe abriendo una cuenta a los niños al mismo tiempo que se les inscribe en el Registro Civil.
Ángeles Arencibia
Tal vez se cumpla tu augurio. No sé si me gustaría.
Cuinpar
Seguro puede vivir sin facebook, Ángeles, pero yo ni lo voy a intentar 😉