Que todo tiene remedio en la vida menos la muerte es una máxima que me enseñó una de mis tías en una ocasión muy puñetera, en la que rompí un coche que no era mío en un momento muy inoportuno. Como suele suceder en estos casos, ahora hasta me hace gracia el episodio.
Era un coche largo, un citroen de los de antes. Yo iba con cierta prisa y al torcer por una bocacalle estrechita no me percaté de que en uno de los lados de la calle había un contenedor de hierro, de esos que se usan para echar escombros. No había espacio para los dos y una de las esquinas del contender abrió el costado del coche con la eficacia de un abrelatas de explorador.
Una de las puertas del coche fue rasgada de punta a rabo, como la cortina, y yo me puse mala porque, como ya he dicho, el coche no era de mi propiedad. Pero, tras las sabias palabras de mi tía, ni mi malestar fue a mayores, ni el coche generó más sufrimientos que lo que costó el chapista, ni nadie más se acordó nunca del incidente.
Solo yo, que lo hago ahora a modo de ejemplo para poder decir que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Y que este Virtualario de mi corazón y de mis teclas que tanto tiempo ha estado en dique seco por mor de la aviesa tecnología ha vuelto a la vida hoy gracias a las buenas artes de una hada madrina del teclado que se llama Esther y a la que dedico este estreno.
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