Apasionamiento grupal

Es curioso la capacidad que tenemos para sentirnos parte de un grupo. La capacidad o la necesidad. Somos seres semigregarios y la tendencia a agruparnos puede surgir en cualquier situación. Puede ocurrir en la cola de un probador, que es larga porque hay rebajas o en la del servicio de señoras de un bar de moda, que está atestado porque es sábado por la noche.
Del humor de los integrantes depende el tipo de grupo que se cree. Si lo hay bueno, la solidaridad prende pronto y en seguida se oyen frases como «pase usted tu primero que se la ve más apurada» o «no se preocupe que a mí no me importa esperar».
Formamos grupos de forma espontánea y, con la misma facilidad, los deshacemos. Son grupos coyunturales como los que nacen cuando se viaja en el mismo avión y surge un problema. Si hay retrasos y ese tipo de martingalas aéreas tan en boga estos días, en menos que canta un gallo empezamos a hablar entre nosotros, a opinar, a plantear estrategias o a ofrecer un trago de agua al niño del asiento de atrás.
Cuando estas formaciones temporales están en su cénit, parece que nos conocemos de toda la vida; es más, casi nos llevaríamos a casa a algunos de nuestros camaradas de coyuntura. Mientras vivimos el apasionamiento grupal, estamos convencidos de que vamos a ser amigos para siempre, pero, en cuanto desaparece la causa que nos unió: si te he visto no me acuerdo y al niño que lo aguante su madre.
Hay grupos que duran minutos y otros que son para toda la vida. Grupos que tienen horario, escenario y hasta vestuario, como el que forman las alumnas de una clase de ballet. Y grupos del pasado, que siguen unidos a duras penas por hilos que se van estirando, como las hebras de pegamento cuando se pega en los dedos.
Se resisten a disolverse porque tienen un origen potente. Son, pongo por caso, las antiguas compañeras de un colegio de primaria que se siguen saludando cuando, ya cuarentonas, se encuentran en la escalera mecánica de unos grandes almacenes o en la noche de Reyes detrás de unas cañas.
Después están los grupos estructurales -la familia, los amigos, los compañeros de trabajo-, y sus relaciones entre sí -conjuntos, subconjuntos y todo lo demás-. Grupos de edad, grupúsculos, grupillos, groupies -aunque esto es otra cosa-, grupos de poder y grandes grupos nacionales.
A menudo la pertenencia a un grupo sirve para construir emociones o proyectos; otras se convierte en un sentimiento irracional que tiene como único argumento el ‘nosotros’. Son los hinchas de un equipo de fútbol que arrasan el estadio del rival o naciones enteras que, como Israel en Gaza, subordinan la vida y la muerte a los intereses de su propio grupo, que es para ellos la medida de todas las cosas.
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(Un grupo, en una foto de nyberg/morguefile)

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