¡Oh,es él!

«¡Oh, es él!» es el título de un libro de Maruja Torres de 1992, que tomo prestado no porque venga a cuento su contenido -es un esperpento sobre periodismo del corazón-, sino porque la periodista catalana es una de las primeras firmas que me vino a la cabeza cuando este lunes por la mañana me encontré con «Oh, es él!»
El «¡Oh, es él!» del libro de Maruja es Julio Iglesias, el mío de este lunes es Juan Luis Cebrián, fundador y primer director del periódico El País, ni más ni menos.
Cebrian estuvo este lunes en la sede de Canarias7 para pronunciar una conferencia sobre periodismo con motivo del 30 aniversario del periódico.
Después pasó un rato en la redacción y pudimos charlar con él de asuntos que nos preocupan en estos momentos revolucionarios, que él equiparó al nacimiento de una nueva civilización o, en el caso de los medios, a lo que supuso la invención de la imprenta. Todo eso hace internet.
Cebrián atendió nuestras preguntas, nos contó muchas cosas y nos expuso con crudeza la situación. El periodismo tal y como lo concebimos hoy y su papel en el sistema democrático está en entredicho, tal vez herido de muerte. cebrian.jpg
Sí, tenemos una función que hacer, pero hay que espabilar, porque no nos queda mucho tiempo.
¿Qué hacemos con una exclusiva? ¿La publicamos en internet? ¿La reservamos para el periódico? ¿Son medios distintos o son el mismo con dos canales diferentes? ¿Qué futuro le aguarda al periódico impreso? ¿Tiene valor nuestro trabajo? ¿Cualquiera puede hacer periodismo?
Son cuestiones que para un profano no tienen mayor enjundia y que, sin embargo, para nosotros son nudos gordianos, claves de bóveda de nuestro oficio que en algunos caso -entre los que me cuento- es también una pasión.
Vivimos tiempos fundacionales y con todo lo importante que es esto, con todo lo que nos jugamos -es el segundo sector con más paro en España- y con todo lo interesante que fue lo que nos contó Cebrián, yo no pude evitar acordarme del «¡Oh, es él!» de Maruja Torres y de mis tiempos de embrión de periodista en la Facultad de CC de la Información de la Complutense.
En aquellos años 80 en los que la transición casi ni había acabado y el bar de la facultad atufaba a hachís, El País no era un periódico, era la biblia, como ha sostenido siempre uno de mis más admirados colegas.
Todos soñábamos con trabajar en El País. Fue el progreso, la modernidad, la democracia en un país gris que aún compraba el Ya o El Alcazar. Tambièn leíamos Diario16, pero El País era otra cosa.
Se hizo con un libro de estilo que muchos guardamos en nuestra mesa de trabajo, dio voz a la redacción y abanderó el rigor como emblema de la casa.
Para mí uno de los placeres del domingo sigue siendo empaparme El País con calma, el de papel, el que mancha los dedos. Y en los 90, cuando llegué a ser corresponsal durante más o menos uno año, casi muero de la emoción cuando publiqué el primer artículo.
En aquellos años -y tal vez aún hoy- llevar El País bajo del brazo era casi una declaración de intenciones. Aunque entonces el matiz era político y ahora intelectual.
En el origen de todo eso que supuso El País, un periódico esencial en la historia de la España democrática -con sus luces y sus sombras, como todo- estuvo este señor (con sus aristas y su bagaje de empresario corta cabezas, que no ignoro), que este lunes se sentó a nuestra mesa de las reuniones cortas para hablarnos de periodismo.
El encuentro fue muy cordial y rematadamente interesante: este hombre salta de Le Monde a The Guardian y de aquí a la Real Academia.
Y, claro, no pude menos que decirme: «¡Oh, es él!»
(En la foto de J. Pérez Curbelo, la reuniónb con Cebrián en la redacción de Canarias7)

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