Profesionales

Llegas al mostrador de la cajera del super con tu carro de la compra dispuesta a pagar y a marcharte cuanto antes, pero la señorita al mando del puesto anda muy ocupada de charla con una compañera una fila más allá.

-.. te lo juro, él le dijo que no»

-¿pero cómo va a ser eso, si se lo había prometido?,  

-…ya ves, ya ves…un cerdo

– Señorita, me cobra. Le pides educadamente; casi con miedo de molestar.

-..el tío pretende que ella bañe a los niños todos los días, pero él no deja de cogerse las mierdas esas que se coje. Noooo, eso nooo ..

Miras el reloj y cuentas hasta diez en tu fuero interno, pero empiezas a acumular vapor como una olla exprés puesta al fuego

 -Oiga, insistes.  

– yo lo que le digo es que se ponga en su sitio. Oh, ¿cómo va a ser eso? Ni que fuera boba. Pa’ boba, lista.

Gritas un poco más alto. Y al final lo consigues;  te atienden, pero como si te hicera un favor: Señora, no  avasalle que una es una profesional.

Otras veces, la mayoría, llego a la caja del supermecado y todo va rodado. A veces hasta me sonríen y me dan las gracias, lo cual considero un plus de profesionalidad.

Hace unas semanas fui a la consulta de un traumatólogo en un hospital público. Ni escuchó lo que venía contarle ni atendió mis preguntas. Y cuando le insistí sobre una duda que luego despejé gracias a un amigo, se dirigió a su enfermera y a modo de respuesta le dijo: «Purita, saca la bola de cristal». 

Salí de la consulta como había entrado y con el sentimiento de que me había topado con un personaje de una tira de Mafalda, en la que el padre de la protagonista conversa con un desconocido en la orilla de la playa. Como ambos van en bañador no hay distingos, hasta que el padre de Mafalda  le pregunta al otro que a qué se dedica. En la siguiente viñeta, el extraño aparece subido a una peana sobre la orilla de la playa, y desde las alturas contesta que él es médico.  

Hace quizás veinte años, al principio de mi vida profesional, recibí tres pisotones en un mismo día. Un pisotón en la jerga periodística es cuando la competencia saca una noticia importante que  tú ni has olido. En prensa los pisotones duelen mucho porque duran un día entero, todo el tiempo que está vigente la edición de tu periódico sin la noticia y la edición del otro, con la noticia.  

Mi jefe de entonces, mi recordado y querido Paco Cansino, me llamó a capítulo por semejante ristra de pisotones que pueden equipararse a las calabazas de un estudiante. Yo le contesté, a modo de defensa, que cuando lo hacía bien, no me decía nada.

«Es que tu obligación es hacerlo bien», me contestó.