Este lunes he vuelto a la oficina del paro para hacer una gestión. He aparcado mi bicicleta y he ido a enterarme de cómo hacer lo que me interesaba. Era temprano y había mucha gente, bastante más que el viernes, el día de mi estreno en la que seguramente es la dependencia administrativa más temida por los ciudadanos después del hospital.
Entre los que estaban allí venía muy a cuento el latiguillo ése de que lo importante es tener salud. Sin duda la mayoría la tendría, pero nadie parecía contento por ello. Como soy una mujer optimista no me dejé llevar por lo que me pareció un ambiente de tristeza y busqué algo bueno en lo que refugiarme.
Llevo unos días de trato con funcionarios como ciudadana administrada. Es distinto un amigo funcionario o un entrevistado funcionario que un funcionario en su función. Esto que digo es una perogrullada. Pasará con todas las profesiones. Pero yo ahora trato con ésta.

La mayoría de las veces que acudo a una administración a realizar una gestión no tengo ni idea de cómo va la cosa. Así que me siento en sus manos, en las manos del funcionario o de la funcionaria en cuestión; a su merced.
Después de veintitantos años de trabajar por cuenta ajena (¿cuánto hace del 88?) y de estar convencida (menos en los últimos años) de que nunca me ocurriría a mí, la situación de desempleada, parada o cesante es para mí una novedad y un enigma. No sé tantas cosas que entre la tristeza del ambiente y esta ignorancia, el encuentro con una funcionaria tan profesional y amable fue como un regalo. Tanto que hasta salí contenta de aquella oficina tan triste.
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