Esta mañana cacé al vuelo un par de ideas que me dieron que pensar. Primero me paré en sus respectivos contenidos o significados y después, a medida que se centrifugaban en mi cabeza, me fui decantando por el modo en que habían llegado hasta mí.
En ambos casos se trata de polabras que me trajo el viento, casi como en la canción de Bob Dylan, pero en un sentido bastante menos poético.
Hablo de retazos de dos conversaciones que se produjeron cerca de mí y a un volumen tal que era inevitable escucharlas. ¿Podrían considerarse conversaciones públicas? Yo diría que sí, porque al que habla le importa un pimiento que le oigan -e incluso que le escuchen- los extraños de los alrededores.
Esta mañana yo era una extraña solitaria hundida en mis pensamientos, pero no tanto que no pudiera oír las frases que quedaban suspendidas sobre mi cabeza como guirnaldas, como aparecen a veces en las viñetas de un cómic.
En dos momentos distintos, por encima de mi cabeza pasaron dos frases que atrapé. Me sobrevolaron muchas más, pero solo me interesaron esas dos. En una de ellas una mujer hablaba de felicidad, de qué día más bonito hacía para disfrurtarlo. La segunda era una pregunta que decía algo así: ¿sabe alguien qué debo hacer para adoptar un negrito?
La primera me animó el día, la segunda me llenó de estupor. Después me subí al coche, puse la radio y, de repente, me ví metida en medio de una tertulia, la antonomasia de la conversación pública.
Las frases más que sobrevolarme, me golpeaban al salir disparadas de los altavoces del coche, pero no hubo una que se me quedara prendida. Muy mala tertulia la que oí esta mañana.
¿Sabe alguien qué debo hacer para adoptar un negrito?
Publicado en: actualidad
0
Deja una respuesta