Escribo con mi portátil en la cama al final del primer día del nuevo año, de este 2013 que tan poco promete.
He pasado el 1 de enero con unos viejos amigos de Madrid que suelen venir en estas fechas para descansar al solecito canarión. Pero ese primer día de 2013 nos ha salido un poco rana en la capital grancanaria, nublado y hasta con algo de lluvia. Me acordé de la inglesa soñadora de la canción (que ver el cielo quería siempre azul y a todas horas… lalalá)
En realidad no quería hablar del tiempo; bueno sí, pero no del atmósférico, sino del otro, del que transcurre ¿Qué mejor momento que un comienzo de año para hablar de estas cosas del pasar -que no del querer-?
No somos conscientes de que cada minuto es irrepetible, de que los años que se van son los años de nuestras vidas y por eso, a veces, derrochamos momentos.
Los utilizamos con la misma poca fijeza -como diría mi cuñada- que dilapidábamos otras cosas en la época de las vacas gordas. Pero cada minuto vale su peso en oro y cada nuevo día es una promesa y un regalo.
En este momento de mi argumento (me ha pasado otra vez: las ideas surgen unas de otras como en cadena y llego a sitios que no esperaba) no puedo más que maravillarme porque todavía tengo -tenemos- tiempo.
Un montón, espero.
¡Tenemos tiempo!
Publicado en: actualidad
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