Ayer por la mañana me echaron un beso volado desde un paso de peatones. Me entró por la ventanilla en el mismo instante en que el semáforo se ponía en verde y yo pisaba el acelerador.
Revoloteó por la cabina del coche. Tropezó con la palanca de cambios, rebotó contra la ventanilla trasera y volvió hacia mí para acariciarme la mejilla derecha.
Después, se me posó en el corazón y allí se pasó el día.
Un beso volado en el semáforo
Publicado en: en primera persona
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Diego Talavera
Muy lindo, Angelita. Ya te dije una vez que estos textos tan cortos y poéticos me recuerdan a los cuentos de Max Aub recogidos en el libro «Escribir lo que imagino». Saludos.
Ángeles Arencibia
Muchas gracias querido Diego. La historia es real. El beso me lo lanzó alguien que tú conoces. Voy a tener que comprarme ese libro de Max Aub. No he leído nada de él, aunque lo estudié en el colegio,
Sergio Naranjo
¿Y eso no podía tener un virus, con tanta vuelta en el coche?
Mira que lo de Michael Douglas, cómo puede acabar uno de mal:
Que si ahora es que la Zeta-Jones tenía un virus. O que no era la Zeta-Jones y a saber cómó, bueno, perdón, el cómo sí se sabe, digo… con quién se contagió el virus.
Total, que desconfía de besos volados y revueltos, muchacha, te lo dice Michael Douglas.
Ángeles Arencibia
Sergio, descuida, en este puedo confiar.
Marisol Ayala
Angelines, muchos son besos que se cuelan en nuestras vidas y se quedan a vivir en ella. A veces, incluso, silenciosos que llegan sin avisar y sorprenden por inesparados. Como el de tu relato…
Ángeles Arencibia
Qué bonito Mari, besos que se quedan a vivir.