Un poco de humor

Ir de compras no es una de mis debilidades. Más bien, todo lo contrario. Pero es una actividad necesaria que en mi caso se convierte en casi una cuestión de supervivencia, porque apuro la duración de las cosas hasta límites arriesgados.
No es por tacañería, es una cuestión de paciencia o, mejor, de impaciencia. Entro en un comercio y sobre la marcha estoy deseando salir, más aún si está abarrotado, suena la música a toda pastilla o me abruman con ofertas y mercancía.
Pero las cosas se rompen. Las niñas crecen y hasta comen. Hace un par de días me vi en esta tesitura y mi hija mayor me llevó a un establecimiento nuevo para mí, pero muy conocido de todo el mundo, tal y como pude comprobar después.
Mi hija me había advertido: «Lo peor son las colas para pagar». Así que ya en el coche iba acongojada, pero resignada: a cambio de un sufrimiento moderado conseguiríamos comprar lo que necesitábamos a unos precios muy buenos.
«Todo sea por la pasta», pensé para mí acordándome de uno de los capítulos de Las chicas de oro titulado «Trinca la pasta».
Pasé el trago del aparcamiento en el centro comercial. Otra experiencia desagradable que rehuyo siempre que puedo. Entramos en el centro, lleno de gente y de ruido y llegamos al establecimiento de las gangas.
Mi hija me fue dando instrucciones. Compré ropa interior y cosas así como quien se surte de latas de sardinas en un supermercado, Nos tronchamos de risa porque en un cartel que ponía «Tangas de puntilla a 2 euros», mi hija leyó por error «Tangas de putilla» y cogí unos cuantos «posyaquehevenidoyestábarato».
Al final me mandó a pagar mientras ella miraba una penúltima cosa. Yo me metí por donde creí que me había indicado y le grité: «¡Pero si no hay cola!»
Notaba que la gente me miraba, pero pensé que estarían aburridos, hasta que una de las cajeras me preguntó: «Señora, ¿ha hecho la cola?»
Resulta que me había puesto por el extremo contrario y claro, todas aquellas personas, auténticas expertas en el establecimiento de las gangas en cuestión, me miraron como quien mira a un leproso, a una pobre ignorante, a una desgraciada que ¡no sabía dónde empezaba la cola! ¿No será una primeriza?.
El problema es que la lección caerá en saco roto, porque de aquí a que yo vuelva, seguro que se me olvida el protocolo.

2 Comentarios

  1. antonieta patateta
    | Responder

    Buenísimooooooooooooooooo

  2. ¡Gracias generosa!

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