Ya llevo unos cuantos años de ejercicio en esto de la maternidad y creo que estoy capacitada para hablar de una situación que al principio me sorprendió y que ahora sobrellevo con mucha flema (inglesa). Me refiero a las reuniones de padres, esas citas tan habituales cuando una tiene hijas en edad escolar. Ya sea en el colegio o fuera de él, la verdad es que son ocasiones muy propicias para que algunos de nosotros saquemos a ese pelma que no sabíamos que llevábamos dentro.
Los que estamos en esta tesitura sabemos de estas cosas. Por nuestros hijos somos capaces de preguntar si la pasta de dientes que deben llevar en el neceser para la acampada debe ser de un color especial o si nos pueden asegurar que los contarán al subir pero también al bajar de la guagua. No dudaremos en cuestionar el método que usa la maestra para enseñarles las vocales por si no fuera el más efectivo, ni en insistir en que la clase debería estar un poco más aireada pero no demasiado. Por nuestros hijos haríamos cualquier cosa, hasta preguntar memeces, si fuera menester.
Las reuniones de padres también son una ocasión para el encuentro social, a veces muy agradable en medio del corre corre diario y a pesar de los pelmas que somos y de esa rara avis con quien pocas veces me he topado, pero que existe y que se caracteriza por alargar y alargar las sesiones con frases que siempre empiezan con el adjetivo posesivo mi seguido del nombre del niño en cuestión.
A veces son tediosas y a menudo en horario inoportuno, pero qué atentos estamos. Mucho más si somos novatos y nos enfrentamos a la enorme y trascendental responsabilidad de nuestra primera reunión de padres.
Reuniones de padres
Publicado en: en primera persona
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